Shine III


Los focos del pequeño escenario me hacían sudar. Las gotas se iban formado en mi frente y el mi brazo punitivo. Pero ello no me haría parar…igual no eran los focos lo que me calentaban sino ella…esa chica delante de mí…tan digna, tan resistente…su aguante parecía fruto de un mezcla de osadía y de entrega. Porque estaba entregada, vaya si lo estaba, pude sentirlo en cómo su cuerpo se contorsionaba grácilmente por cada una de mis acometidas. A partir del vigésimo fustazo, los gemidos empezaron a escapar de su garganta y yo me sentía completamente extasiada por cada uno de ellos.

Entonces planté mi pie sobre la parte baja de su espalda, clavando el pequeño y cuadrado tacón sobre su zona lumbar, con firmeza pero sin buscar hacerle daño, no al menos de esta manera. Como sabía, aquel cambio de postura obligó a la pequeña sumisa rebelde a ponerse a cuatro patas, apoyándose en sus manos, pero aparentemente ajena a su sorpresa, continué con el castigo; ya me había cansado de castigar la parte de la espalda que me dejaba alcanzar su corset, ahora le tocaba el turno a aquellos glúteos respingones y…como supe tras acariciarlos sin poder evitarlos, suaves. Mucho tiempo llevaba aquella piel sin sufrir un severo encuentro con la fusta o con el flooger, quizás demasiado, pero de entrada, eso tampoco me frenaría.

-Sigue contando, ¿por dónde íbamos?- le pregunté con una sonrisa aviesa, pensando que quizás había olvidado el número durante el pequeño parón, buscaba la excusa para castigarla con mayor ferocidad.
-Por el cuarenta, Ama.- me respondió rápida y certeramente y eso me provocó que mi sonrisa se ensanchara, sorprendiéndome a mí misma por mi reacción. Estaba concentrada, no había duda, a ver cuánto le duraba.

Chas.
-Cuarenta y uno…
Chas.
-Cu…cuarenta y dos.
Chas.
-Cuarenta…y tres.

Estaba bastante impresionada…la voz le temblaba como era lógico pues la punta de mi fusta iba siempre a parar al mismo punto exacto, pero no hacía el menor gesto de debilidad, su voluntad era inquebrantable. Desde mi posición me asomé con un simple giro de cuello para observar sus piernas. Tal y como sospechaba, un fino hilo procedente de su sexo había empezado a regar su muslo. Volví a sonreír satisfecha para mis adentros y continué… y continué y ella seguía gimiendo y gritando un número tras otro hasta que llegamos al cien…y digo “llegamos” porque su pasión se había hecho también presa de mí y, a mi manera, también había sentido con creciente excitación cada fustazo.

Aguardé unos segundos, dejando que la sala y la propia sumisa pensaran que ahí me iba a detener, pero yo no tenía ninguna intención de parar aún, no hasta quebrar la voluntad de la chiquilla. Me aparté de ella durante apenas unos segundos y volví armada, esta vez con un flooger corto de cintas de cuero y comencé a acariciar con él la espalda de la muchacha, la cual se arqueaba como la de un gato, confirmádome lo que ya sabía; quería más. Y yo se lo iba a dar. Pero primero tiré de las lazadas que unían su corsé a la espalda hasta que la pieza cayó por completo al suelo, las hebillas y adornos chocaron con a madera, rompiendo el silencio casi sacro que se había apoderado del local. Ahora si, ahora que la sumisa estaba completamente desnuda en el escenario, era el momento de continuar su castigo sobre aquella preciosa e inmaculada espalda.

El flooger caía una y otra vez, restallando cada una de sus puntas como pequeñas agujas sobre la piel que era marcada poco a poco, golpe a golpe. Había parado de contar, me fijé en que sus manos temblaban apoyadas en la tarima, y sus codos apenas podían sostenerla. Finalmente su aguante se quebró y sus brazos se doblaron para apoyarse en el suelo de madera con las manos y la frente, pero sus gemidos aún eran quedos, apenas audibles, y eso no me bastaba. Con expertos giros de muñeca comencé a azotarla más rápidamente, moviendo mis pies para dirigir los golpes por la espalda hasta el culo, ya castigado y sólo entonces la muchacha empezó a retorcerse, a convulsionar tan salvajemente que tuve que volver a pisar con mi zapato la parte alta de su espalda. No iba a aguantar mucho más, yo lo sabía y ella también, sus gritos de placer y dolor llenaron entonces el espacio, viajando hasta mis oídos y enalteciendo mi alma.

-¡PARA! Por f..favor…ya…no más…- gritó entonces la sumisa postrada completamente en la tarima porque ya tampoco las rodillas podían sostenerla debido a los temblores fruto de la excitación más extrema.

La sala estaba sumida en un silencio expectante, sepulcral, casi resultaba sobrecogedor. Los espectadores tenían la vista fija en mí, y ella…sobretodo en ella y en sus partes expuestas y castigadas; las rojeces eran más que evidentes, especialmente en las marcas de las nalgas, perfectos rectángulos carmesíes salpicados con puntitos de rubí, fruto de la sangre que quería salir. Aguanté el silencio, como una perfecta actriz que disfruta del momento antes de finalizar su monólogo final. Tan solo la agitada respiración de la sumisa rompía suavemente la quietud de una forma tan hermosa que me hacía sentir tanto deseo, tanto orgullo a pesar de no ser mía, que me hacía henchirme.
Quité el zapato firmemente plantado aun en su espalda y me coloqué delante de su cabeza para, acto seguido, colocar el largo mango del flooger en su barbilla para que se incorporara hasta quedar erguida sobre sus rodillas, mostrando también así las marcas de su espalda. Pero era otra cosa la que yo quería comprobar…y obtuve mi resultado. La sumisa no levantó los ojos, no osaba volver a cruzar su mirada con la mía. Sonreí satisfecha y como gesto de aprobación, acaricié su mejilla con ternura utilizando el extremo de cuero.

-Así es…buena chica.- musité, inclinándome sólo un poco lo justo para que notara el gesto y para que el susurro quedara casi como un secreto entre nosotras.
-Gracias, Ama…-contestó ella con la voz entrecortada haciendo gala una vez más de su perfecta entrega y sumisión.

Fue un momento de complicidad que apenas duró un instante, estoy segura de que ella sintió la misma electricidad que yo en aquel segundo tan breve. Me di la vuelta, rompiendo aquel conjuro y volví a colocar el flooger en el lugar del que la había cogido, un gancho en la pared junto a al cual se hallaban otros muchos gemelos con diversas herramientas. Pero la sesión había acabado ahí, de modo que no miré los demás objetos. Al volver junto a la sumisa le ofrecí mi mano para incorporarse y la guié fuera del escenario, de los focos y de las miradas cotillas de la gente. Abajo nos esperaba Drogo, su amo protector, quien la acogió con una sonrisa de oreja a oreja abrazándola contra sí. El dueño del local y yo intercambiamos una mirada que prometía que no sería la última vez que coincidiríamos en similares circunstancias.

-Espero que hayáis satisfecho vuestro deseo.- dijo, mirándome con seriedad pero había una pequeña sonrisa en sus labios. Probablemente él había disfrutado como el que más de la sesión.

Por un momento me pareció un osado atrevimiento, pero me lo replanteé. Él había visto lo que yo…lo que nosotras habíamos sentido y compartido allí arriba.
-En gran medida…si.- respondí llanamente volviendo a mirar a la chica, que se apoyaba en brazos de Drogo por miedo a que las piernas no la sostuvieran de pura excitación.
Y nuestras miradas se cruzaron una vez más; dos desconocidas que lo único que no sabían la una de la otra era el nombre, pero todo lo demás había quedado completamente expuesto.

[Publicado originalmente en FetLife: 7/07/2017]

Parte II

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