Shine II


Tras la cena, llegaba mi parte favorita de la velada. Una vez los sumisos habían recogido la mesa, todos los asistentes pasaban al salón, un amplio pero acogedor espacio lleno de sofás y butacas. Junto a cada asiento para cada amo, había un pequeño escabel destinado, bien para apoyar los pies, o bien para permitir que el sumiso se sentara junto a su amo. Si el primero se había portado bien y había hecho un buen trabajo durante la cena, se le permitía sentarse; si por el contrario había cometido algún fallo, había un número razonable de argollas fijadas a la pared con el fin de que el amo colocara, de la forma que le pareciera más humillante o incómoda a su propiedad, a modo de escarmiento durante el tiempo que considerara oportuno.
Al fondo del suntuoso salón, sobre una especie de escenario, había un potro rematado en cuero acolchado y un cepo al final del mismo. Su finalidad era para el castigo público de algún sumiso que se hubiera portado especialmente mal. El amo, y sólo el amo tenía el derecho y la obligación de corregir el comportamiento de su propiedad, a menos de que se decida ceder el castigo si el agraviado era otro amo.
En cualquier caso, yo pensaba en mis propias cosas, más bien, no pensaba, colocaba vasos, llenaba copas y paseaba por la estancia sirviendo elegantemente con su bandeja, de manera automática, procuraba no volver a mirar directamente a nadie. Pero nadie es perfecto:
-“oh mierda”- pensé al levantar la vista tras dejar una copa en la mesa. Allí estaba su mirada, otra vez, fría como el acero, escaneándome de arriba abajo, y, sin poder evitarlo, volví a quedarme prendida y anclada justo ahí, medio encorvada, con la mano acariciando el vaso que acababa de soltar. No sé cuántos segundos mantuve la mirada, pero parecía una eternidad, el tiempo se detuvo. Sin saber cómo, el hechizo se rompió cuando una sonrisa aviesa y juguetona se dibujó en los labios de la ama…un sudor frío y un temblor sacudió mi espina dorsal. Me puse roja y rápidamente me retiré; ningún otro amo parecía haberse dado cuenta, aquella mirada había pasado otra vez desapercibida para todos, menos para nosotras…casi como un momento… ¿íntimo? No sabría describirlo, pero la había cagado ya dos veces en la misma noche.
Cuando llegué a mi sitio de nuevo tras la barra, me atrevió a mirar por encima a toda la sala, rezando para no encontrarme de nuevo con aquella mirada mágica. Solté un suspiro, mitad de alivio, mitad de decepción, al no encontrarla…es más, ni siquiera estaba ya en su sitio. ¿Se habría ofendido? Igual se había ido…seguro que no era de la ciudad, no recordaba haberla visto antes, quizás no la volviese a ver.

Apenas había pasado media hora, había vuelto a mis quehaceres, pero me ví interrumpida por una mano en su hombro, una mano de un hombre, fuerte, suave y cálida:
-Ah eres tú, Drogo, me has sobresaltado.- dije con una sonrisa volviéndome hacia el dueño del local y mi amo-protector- me preguntaba cuando bajarías, hoy está muy…- guardé silencio al ver el tenso semblante, normalmente relajado y alegre, del hombre- ¿pasa algo?
-Si…una persona ha venido a pedirme algo…y esta vez no he podido negarme, Shine.
No necesitaba decirme nada más…sabía lo que había tras esas palabras, mucho tiempo había tardado en ocurrir.
-¿Vas a cederme?- dije con la voz temblorosa, nerviosa y excitada, miedosa pero también tranquila, dolida pero confiada. Era una avalancha de emociones que no sabía cómo gestionar, llevaba mucho tiempo sin “acción” en mi vida en este mundillo, pero no sabía si estaba preparada para volver y menos con alguien desconocido.
-Ve a cambiarte y sube al escenario.- añadió el hombre volviendo a un tono más propio de un amo que de un amigo, mientras la mano que tenía en su hombro se deslizaba con una suave caricia hasta su garganta y desabrochaba la hebilla del collar.
Sentí mi cuello desnudo y vulnerable y no pude evitar llevarme la mano para acariciar la piel que se había puesto de gallina, una vez más, debatiéndome entre la inseguridad y la excitación.
Drogo apreció su turbación y como para animarla, se inclinó para besarme el lateral del cuello acariciándome el corto cabello.
-Ve, asómbralos a todos como solías hacer.- me susurró al oído, tranquilizador, y los recuerdos acudieron en torbellino a mi mente, volviendo a reavivar su excitación y humedeciendo su ropa interior.
Sin más dilación, salí de la barra en dirección al reservado para el servicio, quitándome la blusa semitransparente y los pantalones que llevaba para reemplazarlos únicamente por un corset de cuero que dejaba fuera mis pechos cubriéndome el resto del torso y su sexo gracias a una pieza que se enganchaba al final del corset por delante y por detrás. Afortunadamente, Drogo había mandado a otro de los camareros para ayudarme a vestirme y tardé muy poco en estar lista.
Suspiré, ansiosa y nerviosa y salí de nuevo a la sala, sin poder evitar excitarme al sentir las miradas lascivas de todos los hombres y mujeres allí sentados, incluso se oyó algún comentario poco elegante, rápidamente castigado por un severo fustazo o una mirada reprobatoria. La expectación era más que comprensible, pues ninguno de los clientes habituales del local me había visto nunca de aquella guisa, expuesta, siendo exhibida sin collar…en una palabra, sumisa.

Y allí arriba del escenario, junto al potro con cepo, la volví a ver, con el semblante serio, tiene la vista tan fija en mí que parece quemarme la piel, esta vez el contacto visual apenas dura una milésima, lo justo para darme cuenta de quién me había reclamado. El corazón me late a mil, siento calor de golpe y sin embargo tengo la piel de gallina. Se acallan los susurros mientras subo el par de escalones al escenario, todos me contemplan con expectación, pero yo ya no les observo ni me preocupan, solo estoy pendiente de Ella, la ama de la cual me había quedado prendada y que ahora iba a castigarme por mi reiterada osadía…solo de pensarlo su sexo ya salivaba.
Con los ojos fijos en sus zapatos, planos, elegantes de piel negra en conjunción con la sobriedad del resto de su ropa, me arrodillo dignamente, con las manos en las rodillas y la cabeza bien baja, todo en mi era sumisión y aparente calma, aunque quien me conociera bien o estuviera lo bastante cerca, podría apreciar el ligero temblor de mis labios y la leve presión que yo misma ejercía con los dedos en mi piel, síntoma de mi impaciencia y excitación.
Ella se colocó a mi espalda y dejé de ver sus pies, pude notar el roce de su ropa pasando al lado de mi brazo, podía sentir cada paso tranquilo que me rodeaba, como haría un lobo examinando a su presa. Luego vino otra sensación mucho más intensa y familiar: el de la piel de la punta de una fusta recorriendo mi espalda de hombro a hombro, una vez y otra…y otra…y otra…y entonces llegó el primer azote, rápido, seco, sin piedad…e irresistible.

-Cuéntalos, sumisa.- me dijo en un tono perfectamente audible, pero sin levantar la voz. Era la primera vez que oía su voz, toda en ella era orden y control, no necesitaba hablar de forma borde o denigrante para denotar su dominación. Ya la tenía dominada desde justo antes de subir al escenario, puede que antes, desde que sus miradas se cruzaron por primera vez.
-Sí, ama.- respondí con un suspiro mientras me mordía el labio inferior y quizás por esto, mi voz no fue muy audible, pero pronto aprendí el tono con el que tenía que hablar, cuando un nuevo fustazo, más doloroso y contundente, cayó justo sobre mi hombro, de tal manera, que la punta del cuero restalló contra mi clavícula.
-Repite.- dijo simplemente tras el golpe. No necesitaba decirme en que había fallado.
-Sí ama.- repetí, sin gritar, pero elevando el tono apropiadamente y una caricia de la fusta pasando por mi nuca fue el gesto que quería decir “bien hecho”.
Entonces, cuando ya había dejado claras sus normas, empezó el castigo; uno tras otro, los fustazos cayeron sobre me espalda, y, obedientemente, los conté, primero manteniendo el tono disciplinado y casi sin temblar, pero conforme mi piel iba siendo castigada por los certeros golpes de la Ama, ligeras convulsiones fueron agitando mis músculos y mi disciplina al anunciar los números se iba yendo al garete, al mezclarse éstos con gemidos de dolor y placer por igual.

-Treinta y cuatro.
Chas.
-Treinta y cinco.
Chas.
-Treinta y seis.
Chas.

  • Treinta y siete.
    Chas.
    -¡Treinta y ocho!-
    Chas.
    -uff…treinta y nueve…ahg.
    Chas.
    -¡Cuarenta…mmm!

CONTINUARÁ…

[Publicado originalmente en FetLife: 21/03/2017]

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