La magia más poderosa 9


Capítulo 9. Donde todo comenzó.

Entonces lo comprendí. Eres la única fuerza en este mundo que puede abatirme y encumbrarme, destruirme y elevarme. La única persona por la que lo cambiaría todo, incluso mi vida. Sólo tenías que pedirlo.

Extracto del diario de Yennefer de Vengerberg.


Año 1263

Tissaia no podía haber esperado aquello ni en la más febril de sus imaginaciones. Como siempre inmersa en su trabajo, la rectora de Aretusa detuvo el volar de su pluma sobre el pergamino, provocando que una gota de tinta gruesa emborronase la última palabra que había escrito, pero el nivel estupor dibujado en su cara era tal que no podía haberse dado cuenta de la pequeña catástrofe, pero incluso aunque lo supiera no podría importarle menos.

Yennefer estaba en Aretusa. Lo supo con la misma nitidez que si le hubieran preguntado si era de día o de noche, puede que incluso fuera más capaz de dudar de aquello. Lo que no podía entender era cómo o porqué. Finalmente apartó la pluma del documento y la dejó en el tintero, tratando de adueñarse de nuevo de su cuerpo y sus emociones, debía calmarse y razonar.

Hoy tendría lugar un Cónclave muy importante, todos los magos de la Hermandad habían sido llamados, la caída de Cintra por sorpresa a manos de Nilfgaard había sacudido los cimientos del Continente con suficiente fuerza como para para que el Capítulo se decidiera al menos a hacer este llamamiento y abrir la reunión a todos los miembros de la Hermandad por primera vez en su historia. Aunque no podrían votar todos, sí podrían hablar y serían escuchados, lo cual ya era un gran progreso.

La rectora se plantó frente al espejo de su despacho y observó sus facciones desencajadas por la confusión, la inseguridad y un cierto miedo. No podía presentarse así ante el mundo, y mucho menos ante Yennefer, pero la magia no borra las expresiones, sólo hace desaparecer marcas y daño. Necesitaba unos minutos, respirar, acostumbrarse a su presencia antes de que el aroma a lilas y a grosellas que tanto había extrañado volviera a invadir sus sentidos.

Tan sólo cinco minutos bastaron para que la hechicera de ojos violetas descubriera el engaño de Vilgefortz; Tissaia no la había mandado llamar, no había pedido su ayuda, había sido cosa del mago traerla hasta la academia.

¿Por qué acaso entendió otra cosa? Ni ella podría explicarlo, tal vez escuchó lo que su corazón quería oír. Sea como fuere ya no iba a marcharse, conocía bien los poderes de su antigua amante, ella ya sabía que estaba allí, debía saberlo y si huía sólo parecería cobarde. Y Yennefer podía ser muchas cosas pero no era cobarde.

Sin embargo tener que quedarse no implicaba tener que soportar las miradas recriminatorias o apenadas de cuantos rodaban los pasillos en lo que parecía una convocatoria a gran escala, así que se separó de los grandes grupos para ir a deambular por los pasillos, las antiguas estancias y salones donde hacía ya una vida que había estudiado. Aquellas paredes parecían hablarle y no todo lo que decían era bueno; le recordaban su debilidad, un tiempo de inseguridad, de miedo, de rabia, pero también de amistad, de aprendizaje, de esfuerzo por mejorar y…amor.

Yennefer bufó a sus propios pensamientos mientras acariciaba las paredes y las puertas. ¿Amor? ¿Qué era eso? Ni lo sabía entonces ni lo sabía ahora, sólo había sido un objeto de deseo a ojos de unos y otros, algo que proteger, que conservar o que utilizar. Eso no era amor.

Sus pasos la condujeron por los sitios que conocía, su antigua habitación, el invernadero de botánica, el salón de clases y finalmente Tor Lara más conocido como la Torre de la Gaviota. En su base, dicha estructura albergaba cuevas antiquísimas, galerías naturales horadadas muchos años antes de la Conjunción de las Esferas que servían a los antiguos elfos como santuario para enterrar a sus muertos. Dicen que esos huesos son la base del poder de Aretusa. Pero Yennefer sabía la verdad, una que algunos sólo creen que sea un rumor para asustar a las niñas y teman a las hechiceras. La hechicera llegó a la galería más profunda, una toda llena de agua brillante como si estuviera hecha de plata, un pasillo rocoso la llevó al centro de aquella balsa y sonrió al mirar la blancura lunar del elemento. La energía de aquel lugar era Caos en su estado más puro y pareció reaccionar al recibir a la maga, aumentando su iridiscencia en tonalidades variables como si se tratase de un ser vivo.

-¿Anika?- preguntó la maga con un tono extremadamente cálido y el brillo pareció responder. Yennefer notó la energía de una de sus primeras amigas, una chica que estudió con ella hacía tantas décadas. Anika no consiguió ascender, no tenía lo que hacía falta para convertirse en maga, era demasiado buena, demasiado dulce, demasiado desinteresada y sincera. El Caos requiere equilibrio, ni bondad ni maldad, ni egoísmo ni generosidad…Anika y otras como ella habrían sido devoradas por él, por la Corte y por la Hermandad. No podía ser. Aquí, en las aguas de Tor Lara tenían otra oportunidad de contribuir a la magia, su energía no sería desaprovechada, nutriendo este lugar de poder para siempre. Pero aun así siempre serían sus hermanas, sus amigas.- Anika ¿eres tú?

El Caos se arremolinaba a su alrededor, agitando su cabello y llenándola de una energía tan pura que hizo nacer lágrimas de sus ojos, haciéndola sentir arropada, poderosa, hermosa, inagotable, invencible…

-Ya basta.- una voz firme y serena interrumpió su momento, proveniente de la entrada de la galería.

Tissaia de Vries la observaba con un rictus enormemente serio y frío, ataviada con uno de sus majestuosos vestidos borgoña, parecía observarla con la suficiencia propia del maestro que pilla a su alumno haciendo una gamberrada.

Yennefer volvió a sentirse pequeña, volvió a sentirse esa alumna que se había metido en un lío, la sonrisa se borró de su rostro y no alcanzaba a encontrar palabras lo suficientemente mordaces como para salir de aquella situación con su orgullo intacto.

Tenía su gracia que volvieran a verse, tanto tiempo después, de nuevo en una cueva. Aunque las circunstancias no podían ser más distintas.

Habiendo ganado el primer asalto, la rectora se dio media vuelta para volver sobre sus pasos y salir de la galería, no demasiado rápido para ser consciente de qué decidía hacer Yennefer. Tal vez había sido muy brusca, pero realmente tenía cierto peligro que las hechiceras sin preparación interactuasen de aquella irresponsable manera con una veta de Caos, inestable y caprichosa. Aunque no podía evitar pensar que tenía cierto sentido que su díscola y poderosa exalumna sintiera fascinación por una fuerza tan parecida a su propia naturaleza.

Por su parte, la de los ojos violetas no tardó en recuperar el ánimo y en seguir a Tissaia, no porque quisiera ir detrás de ella, sino porque era la única salida de la gruta para volver a la escuela. Pero mientras veía desde cierta distancia el prieto recogido de su antigua amante, con todos sus cabellos perfectamente ordenados, su lustroso vestido sin una pizca de arena en sus pliegues, su caminar casi perfecto, su ceñida figura remarcada de manera elegante y sensual por el carísimo ropaje carmesí, su espalda recta demostrando poderío y el sonido de sus pasos autoritarios, calmados, firmes y seguros…un fuego de difícil comprensión se agitaba en el pecho de Yennefer. ¿Acaso estaba creyendo ver un aire victorioso en ella? No le iba a dar esa satisfacción. Aun teniendo la oportunidad de doblar una esquina para perderla de vista, no lo hizo, apretó el paso para alcanzarla y dejó salir de su boca lo primero que pasó por su cabeza.

-Nunca quise volver aquí.- le espeta con violencia y un tono orgulloso.

Tissaia se frenó, pero no en seco, sino que con un grácil movimiento se giró sobre sus talones para encararla, mirándola directamente a los ojos, contrastando la ira de la joven con su gran aplomo y gélida estampa.

-Hasta en eso has fracasado.- replica sin tensión en la voz, con una coloratura en el habla destinada a romper el discurso del odio que se agolpaba en los ojos de la hechicera, su objetivo no era provocarla, sino hacerla reaccionar y que fuera consciente de sus propios actos y responsabilidades.

De nuevo la morena se quedó sin palabras, impactada como si hubiera recibido un golpe físico. Tenía tanto que reprocharle, tanto de lo que culparla, había ensayado sus palabras una y otra vez en las últimas horas al milímetro, por eso había deseado encontrarla de frente en cuanto llegase, para no perder el ardor y soltarle todo lo que tenía planeado de golpe, sin dejarla reaccionar. Pero ahora que la tenía de frente sólo quería romper sus labios contra los suyos como el mar se rompe contra el acantilado.

El silencio se hizo entre ambas, Tissaia percibía cada una de las tribulaciones de Yennefer pues su Caos era un libro abierto para que ella lo pudiera leer. Pero no estaba preparada para la lectura que aquello trajo a su mente, el calor subió por su pecho amenazando con sonrojarla, su corazón galopó como un corcel desbocado libre por fin de unas riendas que no había pedido.

Afortunadamente, una voz proveniente del final del pasillo llamó la atención de ambas, Vilgefortz se había detenido en el cruce con el corredor perpendicular mientras decenas de magos y hechiceras caminaban enérgicamente en una única dirección.

-Tissaia. Va a empezar.- dice con simpleza y aplomo el espadachín, ataviado con un peto de armadura metálica que cubría sus hombros mientras que su torso era protegido con un cuero grueso que facilitaba sus movimientos. Era una vestimenta propia de alguien que necesita moverse mucho y con agilidad pero también brinda algo más de protección. Y había algo más, que era evidente pero no por ello menos extraño, al menos a ojos de Yenn; las armaduras significaban la guerra.

-¿Qué? ¿Qué ocurre?- pregunta la morena, frustrada por la aparición del mago espadachín, que parecía tener el don de interrumpir siempre en el momento oportuno.

-Es la hora.- críptica, Tissaia se despide con una mirada firme y se encamina tras la columna de hechiceros que murmuraban preocupados entre ellos, había caras compungidas y de angustia entre ellos, nada de risas ni de locuaces cotilleos de corte. Yennefer nunca les había visto tan serios, ni siquiera cuando se trataba el asunto de su propia muerte.

-¡Triss!- exclama al ver una cara, no sólo conocida, sino amiga, por muchos años que hubieran pasado, Yenn sabía que al menos ella se alegraría de verla. Y así fue.

La pelirroja, con los ojos muy abiertos, se separó del gran grupo para acudir a la llamada de la morena, con las manos extendidas para tomar las de la otra, casi como si dudase de la realidad de lo que sus ojos veían.

-Yennefer.- su sonrisa incrédula estaba llena de sorpresa pero también de alegría, ni rastro de rencor.- Me pasé años buscándote.

-¿Qué hacéis todos aquí?- Yenn sentía ser tan brusca de nuevo con su antigua amiga pero la confusión estaba marcada de manera visible en su semblante, la aparición de Vilgefortz y la súbita desaparición de Tissaia la habían dejado destemplada, con el corazón paralizado entre un  latido y el siguiente.

-Cintra ha caído. Los magos se reúnen para decidir qué hacer, es un Cónclave de emergencia, los Reinos del Norte deben actuar unidos para defenderse de un posible avance de Nilfgaard desde el sur.- explica someramente, leyendo la confusión de su compañera en sus ojos.

Aprieta sus manos y tira de ella para conducirla a la gran sala, una muy diferente a la habitual en los cónclaves, pero es que esta vez el número de asistentes cuadruplicaba el aforo habitual. Estaba claro que la Hermandad estaba inquieta por lo que estaba a punto de suceder.


Durante la reunión se dieron, en suma, dos posturas; aquellos tradicionalistas, que veían que Cintra había tenido su merecido por no aceptar la ayuda de la Hermandad, estaban seguros de que Nilfgaard no iba a proseguir su ofensiva hacia los reinos vecinos, que su imperialismo no suponía una amenaza para el modo de vida del Norte y que no había razón para la alarma. Artorius Vigo, cuya sobrina Fringila estaba en el lado de Nilfgaard y Stregobor eran los máximos valedores de esta postura.

En frente, física e ideológicamente, estaba el bando de Tissaia y Vilgerfortz, los que podrían llamarse progresistas, impulsores de los anteriores, e infructuosos, acercamientos a la reina Calanthe de Cintra para intentar aunar esfuerzos políticos en la misma dirección que el resto de reinos del Norte. Ellos consideraban un ataque frontal de Nilfgaard contra todo el Norte la toma de Cintra, un avance con claros objetivos estratégicos y de obtención de recursos para sentar las bases de un gran asedio al Norte. Con la amurallada ciudad de Cintra en su poder, sería muy difícil no sentir el aliento de los ejércitos sureños en la nuca todo el tiempo y lo que hasta ahora habían sido décadas de pequeñas batidas y trifulcas más o menos irrelevantes, iba a convertirse en una gran guerra abierta. A menos que se les detuviera de manera definitiva antes de que cruzasen en Yaruga, un importante río que dividía el norte y el sur desde el reino de Cintra, el cual lindaba directamente con los reinos de Lyria, Rivia y Temeria. Y el mejor sitio para materializar esa defensa era el Monte de Sodden, una colina coronada por una antigua fortaleza en desuso, la cual custodiaba el paso más estrecho sobre el rio Yaruga, único lugar por donde asaltar el Norte en una estrategia relámpago.

Si los ejércitos nilfgardianos pretendían una rápida expansión, lo intentarían por allí o no lo harían en absoluto, por lo tanto era decisivo decidirse a tomar esa amenaza como real para hacer llamar a los ejércitos del norte a defender ese paso.

Yennefer asistió a la tensa reunión en la misma posición que la mayoría de alumnas de su promoción y otros muchos hechiceros y magas, tan sólo en calidad de observadores y  cuyas voces fueron escuchadas, casi todas éstas, a favor de la facción progresista de Tissaia, pero en vano puesto que no tenían voto. La mayor parte de las opiniones en contra de la necesidad de defenderse sí contaban con derecho a voto y eso fue lo que decantó la balanza.

La Hermandad de los Hechiceros había decidido no actuar y dejar que Nilfgaard se asentara en Cintra y sus aledaños, optando por la inacción.

Yennefer odiaba la política, realmente ella no había deseado participar en aquella reunión y estaba decidida, ahora más que nunca, a mantenerse alejada de aquella caterva de magos miedosos de hacer nada y quejumbrosos por no poder romper las reglas del destino. Parecían encantados de cargar al mundo con su negativa de ver la realidad, aunque declarar la guerra no era algo que ella pudiera ver con buenos ojos, la pasividad era algo que la enfurecía tremendamente. En conclusión estaba bastante enfadada con ambos bandos, y, sintiéndose estafada por haber sido arrastrada a este juego, salió de la sala cuando se abrieron las puertas, dispuesta a largarse de allí. Ya cuando estuviera fuera de la academia decidiría qué hacer en esta guerra de manera individual, sin tantas miradas acusatorias sobre ella, había quien creía incluso ahora que si ella hubiera tomado su lugar en Nilfgaard como había sido el deseo de la Hermandad en lugar de Fringila, nada de esto había ocurrido. Y sinceramente, si alguien volvía a sugerir que ella era culpable de las vidas que el reino del sur había arrebatado en su conquista habían sido por su culpa, no prometía no reducirlo a cenizas.

Su rápida salida fue detenida por la persona que menos cabría esperar.

-Sé que odias este lugar.- interrumpe Tissaia el frenético caminar de la morena.- Pero es la única opción de muchas chicas que sólo han conocido el Caos, necesitan Aretusa y también esta Hermandad para conocer el orden.- cuando Yennefer la encara, intentando deducir a dónde quería llegar con su argumentación, no puede sino ver a una Tissaia a punto de romperse por el gran golpe sufrido en la votación. Incluso ahora creía en este sistema, aunque sólo fuera por salvar la vida de unas cuantas desgraciadas…como ella había sido en su día.

-Pero además…Aretusa es todo lo que tengo.- Tissaia sigue hablando, apartándose un poco del flujo de personas que se iban distribuyendo en corrillos a la salida de la reunión. Su tono era cuidadoso, pero había un temblor de miedo real en él, uno que no podía ocultar a su antigua amante, pero que ella nunca había escuchado.- Por eso Vilgefortz y yo y otros vamos a luchar.- añade con un tono aún más bajo, más confidente.

Pero la mención del espadachín hizo hervir la sangre de la morena de nuevo, cada vez que creía estar más cerca de entender a su antigua maestra, de empatizar con ella, de volver a conectar a un nivel humano, casi íntimo con ella y sus sentimientos…el maldito mago tenía que aparecer de manera física o por alusiones. Era realmente agotador tenerlo hasta en la sopa y el pinchazo de los celos espoleaba la lengua de Yennefer.

-¿Y por qué iba a proteger esto? – y no podía haber más desprecio en su última palabra, un tono que encerraba no sólo su opinión sobre la podredumbre del sistema que acababan de presenciar, sino también todo lo que ambas habían vivido, su condena, su juicio, el dolor que la Hermandad les había causado, particularmente a ella, pero a ambas por extensión. Yennefer clavó su mirada más acerada en el semblante de la directora, comunicando con su energía todo lo que no podía expresar con palabras, todo el odio, toda la ira, todo el deseo de alejarse de ellos no iba a cambiar por mucho que Nilfgaard llamase a la puerta de la academia para quemar hasta el último libro de conjuros.

Tissaia podía sentirlo pero no por eso se dejó amilanar, mantuvo el contacto visual y alargó una mano para tomar la de Yennefer, mostrando por primera vez desde que se habían reencontrado, su gesto compungido y sinceramente necesitado de su ayuda y comprensión.

-Si no lo haces por la Hermandad, hazlo por mí.- y en su voz había un matiz de súplica apenas audible pero que el corazón de Yennefer pudo sentir como si se lo hubiera susurrado directamente al oído.- Por favor.

Aquello enterneció el alma de la maga que no pudo aguantar su mueca cargada de reproche y orgullo, entornando los parpados al relajar su semblante. Su corazón ya había tomado la decisión incluso antes de que su mente barajase los riesgos. No había nada que pudiera hacer ya, entrelazando sus dedos con los de su maestra, notó que alrededor ya no había conversaciones, estaba solas en el corredor.

-¿Habías utilizado esa palabra antes?- pregunta levantando una ceja con aire cínico y un levísimo asomo de sonrisa en la línea de sus labios, incapaz de no sentir una innegable superioridad y una euforia desmedida por conseguir devolverle, aunque fuera a destiempo, la mordacidad de sus palabras en las confrontaciones de justo antes de la reunión.

-Y nunca más la volveré a decir.- asevera la maestra con los ojos humedecidos por la emoción, pero una mueca nerviosa y casi sonriente en el rostro.

-¿Seguro?- Yennefer no puede más, su corazón se le va a salir por la garganta, acaba de aceptar ir a una guerra contra un ejército por culpa de una maniobra política que no podía importarle menos, seguramente encontrarían la derrota o tal vez la muerte, acababa de renunciar a sus principios de sólo preocuparse por sí misma y por un bando en el que sólo estaba ello, tan solo porque Tissaia se lo había pedido.

Tiró de la mano que las unía y la maestra no opuso resistencia, fundiendo sus labios con una voracidad que no les era desconocida, pero que ambas habían estado callando por décadas, buscando el mismo sabor en otras bocas sin éxito. A espaldas de la del cabello negro se abrió un portal convocado con la mano que tenía libre, el cual las engulló para hacerlas aparecer a unos veinte centímetros de la cama de la rectora, cayendo ambas de improviso envueltas aún en ese abrazo de sus labios que hablaba de muchas cosas sin decir ninguna. Había perdón, había despecho, había incluso unas notas de venganza en cómo se mordían, había una pasión nunca confesada con palabras mientras luchaba por deshacerse de la ropa la una de la otra mientras permanecían de rodillas sobre el colchón, Yennefer la emprendió a manotazos con el estricto recogido de su maestra el cual había querido deshacer con violencia desde que había llegado a la academia, pero sólo ahora lo sabía, odiaba y amaba a partes iguales aquella rectitud que tanto denotaba no solo en su peinado, sino también en sus ropajes, en su postura tan erguida, en sus andares. Desde que era poco más que una adolescente había admirado aquel porte, solo para descubrir que aquel control no era para ella, aunque le gustase verlo, pero no por ello iba a dejar de intentar “destruirlo” a su feroz y libidinosa manera.

Tissaia intenta tomar aire entre cada una de las acometidas de su amante, mordiendo allí donde le dejaba, surcando su ansiada figura con las manos, pronto ambas estuvieron desnudas nadando entre las sedosas sábanas que parecían encantadas de recibir su reencuentro, abriéndose para ellas para cobijar sus cuerpos en la más absoluta intimidad. La maestra trata de tomar la iniciativa como antaño, pero se encuentra con una resistencia desconocida que relega su pasión a un segundo plano, atropellada por el ímpetu de una Yennefer que había recorrido medio Continente en busca de aquello que nunca había encontrado, pues lo había dejado atrás y ahora no iba a dejar que nada le robase el tiempo de tomarlo.

Apartó con fiereza las manos de Tissaia de su cuerpo y la empujó sobre el colchón quedando por encima como una leona de negros cabellos que se dispone a disfrutar de su presa, Tissaia se debate por puro orgullo, tomando entre sus manos los cabellos de la morena para decidirse a tomar un beso de sus labios, pero los planes de Yennefer eran otros, alzó un dedo apuntando al techo y lo hizo girar, pronunciando, con una sonrisa un encantamiento que pilló a la hechicera mayor totalmente desprevenida. Y es que unos lazos de satén fueron convocados con el único y malvado propósito de envolver las muñecas de la rectora, uniéndolas entre sí y al cabecero de la cama, inmovilizándola de una manera sensual por el capricho de su amante, quien estaba decidida a tener el control de la situación. Tissaia no pudo retener la sonrisa vencida y sorpresiva de su boca, pues no le era difícil recordar cuantas veces habían vivido la misma situación pero al contrario, con ella misma atando los miembros de su inquieta amante sólo para aumentar el placer de ambas. Por su puesto podría deshacer el encantamiento con solo desearlo pero no lo haría, era un juego, un juego tan antiguo como su deseo y les encantaba.

Satisfecha, Yennefer arrastró su cuerpo por el de su amante, cubriéndolo de besos, mordiscos y lametones por toda su extensión devorándolo centímetro a centímetro, no estaba pensando, tan sólo la excitación dictaba sus movimientos, y ella la llevó justamente al centro del cuerpo de su deseo, entre las piernas de Tissaia encontró la fruta anhelada, húmeda y enrojecida, suave y caliente para ella, para ella y por ella, igual que se había deleitado en sus mejores sueños, ahora lo hizo realidad, devorando el centro del placer de la hechicera con grandes movimientos, lentos y profundos, su lengua quería reconocer lo que había sido su hogar por tanto tiempo, pero también había lugar para sus manos, jugando con las sensaciones, con la expectativa y el temblor que empezaba a ser notorio en las piernas de la directora.

-Yennefer…- susurra la mujer con la voz trémula, en un susurro libidinoso incontenible, una súplica íntima que sólo podía leerse en una dirección.

-¿Hmm?- gime Yennefer sin sacar su boca de su tarea, pero dando a su ronroneo un cariz inquisitivo y a la vez perverso. Estaba claro lo que quería oír y clavó su lengua más profundamente para incidir en la respuesta correcta.

-Yenn…- volvió a susurrar la mujer, arqueando su cadera en un movimiento involuntario, tirando de sus mágicas ataduras por la pura y creciente necesidad con la que Yennefer estaba jugando.- Por favor…

Ahora sí que pareció causar el efecto correcto en la de los ojos violetas quien los alzó para encontrarse con la mirada penitente de su amante y pareciera que el brillo que vivía en éstos sonreía complacido por la respuesta.

Sin hacerse de rogar, Yennefer aumentó el ritmo de sus cuidados, haciéndolos más rápidos, más profundos, más íntimos, ahondando en la profundidad que deseaba ser satisfecha tanto como la hechicera deseaba satisfacerla. Pronto dejó el trabajo en sus manos para arrastrar de nuevo su boca por el torso de Tissaia, desandando el camino que había hecho tiempo atrás para volver a acomodarse en aquella boca, dándole su propio sabor a probar mientras la llevaba al clímax del placer. Tissaia se deshizo en un gemido acallado en la boca de su amada, arrastrada por un orgasmo tan intenso que hizo que toda su piel se cubriera inmediatamente de una fina capa de sudor, perlando su frente y coloreando sus mejillas del rubor que había tenido el vestido rojo que otrora llevaba puesto. Yennefer se acomodó a su lado, en su regazo, deshaciendo el encantamiento de las ligaduras para liberar las manos de antigua maestra y cubrió su pecho de besos mientras dejaba que la otra recuperase el aliento.

-Ya sabía yo.- comenta la hechicera del cabello negro con aire petulante.

-¿El qué? – pregunta Tissaia entre jadeos, abrazando el cuerpo que se pegaba al suyo como si fuese una tabla salvavidas en mitad de la tormenta.

-Que podía hacerte suplicar dos veces el mismo día.- responde la maga con una sonrisa pícara y cargada de suficiencia, la cual hizo poner los ojos en blanco a la directora, quien negó con la cabeza pero lucía una gran sonrisa de plena felicidad y satisfacción.

-Eres imposible, Yennefer de Vengerberg. Siempre obtienes lo que deseas.- suspira, cubriendo los cuerpos de ambas con las suaves y pesadas sábanas.

-Casi siempre.- concede la hechicera en un tono casi dormido, dejando a la hechicera con la duda de qué más podría querer Yenn que no pudiera conseguir.

No se planteó que quizás era su corazón lo que deseaba más fervientemente.