Capítulo 8. Todo.
Todo. Eso me has dicho que querías. Pobre idiota, ni siquiera sabes qué es todo. Y aun así no puedo evitar pensar que ojalá pudiera dártelo.
Extracto del diario de Tissaia de Vries.
Año 1246
Yennefer despertó sobresaltada, confusa, como si hubiera tenido un mal sueño, echando la mano sobre los bultos de ropa y cojines que habían sido su lecho de amor durante interminables horas con el brujo de cabellos blancos. Pero ahora se había ido, la cama estaba fría, ni el aroma había dejado. La hechicera buscó en vano por el salón de aquella mansión ruinosa pero ya no había nadie. Ni Geralt…ni Tissaia. Nadie.
Agitó la cabeza con violencia, incorporándose son parsimonia, su cuerpo desnudo perfectamente tallado por la magia se paseó por los escombros de aquel palacio en busca de sus escasas pertenencias. ¿Por qué Tissaia venía ahora a sus pensamientos? Que estupidez, por primera vez en once años había venido a visitarla con ánimo de volver a darle lecciones, las mismas que en aquella sucia taberna…y ahora de nuevo, no podía sacársela de la cabeza. Había pasado estos últimos once años tratando de olvidarla, su cabello, sus ojos, el tacto de su piel…y ahora todo volvía en tromba para arrasar sus muros. No iba a consentirlo.
La despachó como uno se saca el agua de la lluvia de las ropas, con unas violentas y frías sacudidas, Tissaia le había ofrecido volver a Aretusa, le había ofrecido hablar con la Hermandad, volver a Aedirn le ofreció cuanto tenía. Pero no lo que Yennefer quería, lo que ahora más ansiaba. La hechicera estaba encaminada únicamente a conseguir una cosa, quería lo que la Ascensión le había robado, quería la oportunidad de tener un legado…quería lo único que no podía tener.
Todos estos años lejos de la Hermandad los había dedicado a vender remedios curativos para toda clase de aflicciones de los más vulnerables, para las enfermedades, para la disfunción eréctil, para que las vacas dieran leche o para que el campo diera su fruto. Y todo el dinero lo había invertido en pagar a cada mago, curandero, médico o sanador que le ofreciera un mínimo resquicio de esperanza en que podría recuperar su útero, aquello que había perdido a cambio de su metamorfosis.
Tissaia no lo entendía, pero la realidad para Yenn era que no iba a conformarse con lo que el destino le diera, iba a labrarse su propio camino y ni siquiera ella tenía derecho a interponerse, ni tampoco un mutante de cabello blanco y ojos amarillos, por muy dotado que estuviera.
La hechicera encontró sus ropas esparcidas por ahí, estaba cansada, si por ella fuera se quedaría allí mismo otra noche más, pero el derrumbe que su magia había provocado de aquella mansión sin duda habría alertado a los habitantes de las aldeas cercanas y eso la pondría en situación de tener que dar muchas explicaciones. En cuanto se hubo vestido convocó un portal que atravesó para perderse en un nuevo lugar con rumbo a ninguna parte pero dispuesta a seguir haciendo lo que mejor se le daba: sobrevivir.
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Mientras tanto, muy lejos de allí, en la isla de Thanedd, Tissaia se hallaba en la azotea de su escuela, mirando al horizonte, con la mirada empañada por las lágrimas, dando rienda suelta a sus emociones allí donde nadie podía verla, su vista estaba clavada en dirección oeste, pareciendo que escrudiñaba un lugar, aunque la lejanía impedía que fuera así. Su mente se había quedado rememorando la última herida de su corazón, el tono que Yennefer había usado con ella había sido devastador, hiriente. Habían pasado once años, había querido imaginar que su rencor hubiera menguado, pensó que ambas estaban preparadas para verse de nuevo, para dejar lo pasado atrás. Pensó, sobre todo, que Yennefer de Vengerberg ya no podía herirla. Qué equivocada estaba.
Ni siquiera intentó secar las lágrimas, el viento que soplaba en aquella altura se ocupaba de que no llegasen muy lejos, era frío y cortante, pero aun así se le hacía menos desagradable que el rato que había compartido con su exalumna. Y lo que había ocurrido tras su marcha no la había tranquilizado, no podía saber qué había ocurrido exactamente, pero los temblores en el Caos que sacudieron aquella parte del Continente no la dejaron despegarse de aquella azotea, empeñándose en rastrear a Yennefer a toda costa, sintiendo cómo su hilo de vida pendía por momentos hasta finalmente, estabilizarse y volver a la calma. Yennefer se había enfrentado con algo que estaba fuera de su alcance y estuvo a punto de costarle la vida, ella lo había sentido y sin embargo no había reunido el valor de volver a su lado…no, claro ¿Cómo podría? Ya una vez quiso salvarla y ambas sabían cómo acabo aquello.
-Una moneda de oro por tus pensamientos.- una voz interrumpió sus funestas inquietudes, a su lado y repentinamente, tanto que le produjo un pequeño sobresalto. Normalmente no se podía pillar a Tissaia de Vries desprevenida pero había estado tan centrada en seguir el rastro del Caos de Yennefer a través del Continente que ni siquiera había reparado en la aparición de la sigilosa energía de su compañero.
-Vilgerfortz.- saluda, ocultando el temblor de su voz sin mucho éxito.
El atractivo mago sonrió de medio lado y se inclinó sobre la mujer de cabellos castaños para besar sus labios, gesto que ésta correspondió con afecto, aunque se notaba distraída.
-¿Cómo ha ido?- preguntó el moreno, pasando su mano por la cadera de Tissaia, reconfortándola en un cálido abrazo.
Hacía tiempo que habían dejado de fingir, entre ellos una llama cálida y estable había surgido, no como un incendio abrasador, no como una espontánea explosión, simplemente con la calma y el sosiego de una lenta cocción, estable y segura, la confianza, la complicidad, el roce habían terminado convirtiendo lo que había sido una estrategia en una verdad.
Y sin embargo…
-Es obstinada. Sigue furiosa conmigo, con la Hermandad, con el mundo entero si me apuras.- responde la maestra, reposando su cabeza en el pecho de su amante, entrelazando su mano derecha con la que abrazaba su cintura, sin quitar la vista del horizonte.
-¿Y te extraña?- responde Vilgerfortz- Tu también lo estarías, es joven, es poderosa, es hermosa. Cree que puede doblegar el mundo a sus caprichos.
-El problema es que es posible que pueda.- reconoce la mujer exhalando un largo suspiro.- Tú no puedes sentirlo como yo pero su poder es…enorme. Nunca había sentido nada igual.
Vilgerfortz besa la frente de Tissaia dejando reposar ahí sus cálidos labios mientras termina de abrazarla del todo, rodeándola con ambos brazos, sabiendo que ella necesitaba ser reconfortada.
-Pero no es eso lo que te mantiene unida a Yennefer.
-No.- confiesa.
-La amas.- aventura con certeza, y Tissaia no se molesta en sorprenderse ni en negarlo.
-No importa. Eso ya pasó, jugamos nuestras cartas, el destino las suyas y perdimos.- suspira con un tono resignado- Fui estúpida, nunca debí dejar que pasara…
-¿Se lo has dicho? ¿Alguna vez le dijiste…?- interrumpe el mago guerrero.
-No es tan sencillo, no la conoces…- empieza a excusarse, sin encontrar las palabras adecuadas.
-No, pero a ti sí. Y nunca te había visto como ahora, Tissaia.- responde con natural calma, su tono grave y melodioso resulta un manto en el que podrías refugiarte para ver el mar una noche de invierno.
-¿Y cómo me ves?
-Tienes miedo.- sentencia sin dar opción a la duda.- Temes tanto que rechace tus sentimientos que has decidido fingir que no están ahí.
-Es que es mejor que no estén. Ella me odia, si hubo algún tiempo en que algo así fue posible, ya no.
-¿Y por qué vuelves a por ella?- insiste el mago, apoyando su barbilla en el hombro de la hechicera, mirando en la misma dirección que ella, con sus mejillas pegadas.
-Yennefer ha sido mi mejor estudiante. Trato de evadirme de los sentimientos y verla como lo que es, un enorme potencial que está desperdiciando su talento en busca de algo que nunca podrá recuperar, vende su magia a cambio de centavos y va de acá para allá, arrasando con todo, es un huracán.- Tissaia contiene sus lágrimas, obligándose a enterrar sus sentimientos de nuevo y justificar lo que no tiene una fácil explicación.
Incómoda por lo intensa que se está volviendo la conversación, o tal vez porque ni ella misma se cree su verdad acerca de ver a Yenn sólo como una talentosa alumna, Tissaia se zafa del abrazo del hombre y se da la vuelta rumbo al interior de la academia, el vendaval había deshecho gran parte de su estricto recogido y algunos mechones volaban caóticamente en torno a su cara, pegados a su frente u ocultando sus ojos por momentos. Era una imagen que revelaba muy bien su interna turbación.
-Si no puedes tenerla…y no puedes dejarla ir…olvídala, Tissaia.- dije el mago a su espalda tras unos momentos de silencio.- Te necesito aquí, centrada. El Continente se tambalea, Nilfgaard ha estabilizado su política, dicen que el legítimo heredero ha tomado el trono con Fringila como su maga de confianza y los espías dicen que…
-Basta, Vilgerfortz…no hay nada de lo que preocuparse todavía, con un poco de suerte, este nuevo rey de Nilfgaard durará tan poco como los anteriores.- corta Tissaia bajando por las escaleras con premura. Suspira al llegar abajo y se gira para mirar al mago.
-Está bien, tienes razón. Lo siento. – se disculpa al darse cuenta de que su actitud no estaba siendo constructiva, se estaba comportando como una adolescente inmadura.- Olvidaré a Yennefer, es un poderoso activo pero no puedo contravenir lo que sea que el destino le depare. La Hermandad nos necesita.
Vilgerfortz sonríe apenado, colocando un rebelde mechón de Tissaia tras su oreja.
-No quiero que dejes de vivir, pero no puedes partirte en dos, no puedes correr tras ella y ocupar tu puesto al mismo tiempo. Tú tampoco puedes tenerlo todo, Tissaia.- vuelve a abrazarla y le besa la frente, la maga cierra los ojos y se permite un momento más de paz entre los brazos del hombre.
Sin siquiera preguntarse porqué Vilgefortz había utilizado esas palabras tan concretas.
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Año 1263
Aquellos fueron años muy extraños, cada vez que Yennefer los pensaba sentía que algo iba tremendamente mal. En ochenta años de vida jamás se había encontrado con un brujo ni tan siquiera se había encontrado dos veces con la misma persona por casualidad en todo el Continente. Pero aquel mutante parecía aparecer siempre donde ella estaba, y en el momento no se paraba a pensarlo, era al día siguiente cuando le parecía que algo no encajaba. Y por eso se iba, una y otra vez, a la mañana siguiente, tenía que desaparecer, era demasiado casual, tal vez ese tal Geralt de Rivia la estaba persiguiendo o espiando, ¿y si trabajaba con Stregobor? No podía saberlo, nunca captó nada extraño ni sospechoso en su comportamiento.
Se fue relajando, ese fue su error, ahora lo sabía, empezó a disfrutar de la compañía del lobo blanco, bajando sus defensas, permitiéndole entrar donde hacía décadas que no dejaba entrar a nadie. Se confesaron sus temores, sus pasados, sus deseos. Yennefer se permitió crear esa complicidad que siempre había buscado, por fin parecía que a alguien le importaba, pasaron la noche y un día, Yenn no quiso irse, se quedó esperando a que despertase, sumiéndose en la paz que por algún motivo el brujo le daba, apagando la hoguera de ira que llevaba años consumiéndola.
Pero la verdad no era como en los cuentos de elfos.
La última aventura en compañía de Geralt le reveló la verdad, aquello no era real ni cierto. El brujo había pedido un deseo a un genio, le pidió que sus destinos se entrelazasen, volver a encontrarse una y otra vez. Era una magia poderosa, la mayor que Yennefer había conocido, pues había cambiado su interior para satisfacer el deseo…pero magia al fin y al cabo, no era real. Nada.
Enojada, Yennefer acusó al mutante de robarle su libertad, él aseguró que lo hizo para salvarla. Y aquello fue más de lo que la maga quiso soportar, aquello removió sus entrañas tal como si se las estuvieran apuñalando con una daga roma. Una vez más, alguien a quien creía amar había decidido por ella lo que era mejor, había vuelto a decidir cuándo y cómo debía ser salvada.
¿Quién era él para decidir lo que podía hacer y lo que no? ¿Quién había sido Tissaia para sacarla de aquella cueva? ¿Quién les había pedido nada? A ninguno de los dos.
Yennefer huyó del brujo, poniendo tanta tierra de por medio que ni siquiera el destino pudiera volver a entrelazarlos, viajó por Nilfgaard, encontró a su antiguo amante Istredd, fantaseó con la idea de que si se unía a él en su nuevo trabajo en el imperio podría recuperar la vida que no tomó cuando le arrebató a Fringila su lugar, le habló de quedarse con él, de tener una vida con la que habían soñado hacía tantas décadas. Sin embargo él la rechazó, y Yenn no podía entenderlo. No le dijo que no la quisiera, que no la amase…y aun así se fue. Pero nada de eso pudo distraerla lo suficiente, nada le hacía olvidar a Tissaia, cuyos recuerdos los actos del brujo le habían devuelto de golpe, y tampoco podía sacarse ya al lobo blanco de su cabeza, incluso para odiarle tenía que pensar en él.
Pero Nilfgaard no había acabado sus sorpresas para ella. En aquella polvorienta taberna de Nazair, bebiendo una cerveza que parecía haber sido meada por un caballo enfermo, un hombre se sentó a su mesa frente a ella. Habían pasado tantos años que no le había reconocido aunque en cuanto lo hizo, la frialdad se asentó en sus ojos, pensando en las consecuencias exactas que podría tener descuartizarlo allí mismo delante de la mitad del ejército nilfgardiano.
– Vilgefortz de Roggeveen.- se presenta el mago guerrero, tal vez pensando que Yennefer no se acordaría de él. Pero vaya si se acordaba.
-Que te den.- respondió la maga, a punto de irse de allí.
-Me encantaría, pero dadas nuestras circunstancias tal vez los dos deberíamos irnos. Nilfgaard está reclutando magos como nosotros, yo no tengo salvo conducto y apuesto a que el tuyo es falso.- adivina mostrando una ligera sonrisa cargada con el aire altivo de quien se sabe en posesión de la verdad.
Yennefer lanza un suspiro hastiado y pone los ojos en blanco, dándole un toque a su jarra de cerveza con la punta de los dedos para alejarlo de si.
-¿Irnos a dónde?- pregunta con aburrimiento, realmente ella no tenía ningún sitio al que ir, nada a lo que llamar hogar. Lo mismo le daba estar allí que en mitad del desierto, iba a sentirse fuera de lugar en cualquier rincón del maldito mundo.
La respuesta del mago guerrero la dejó sin habla momentáneamente.
-A Aretusa.- responde con simplicidad.
Yennefer no se lo podía creer y una risa escéptica empezó a surgir de sus labios, convencida de que le estaba tomando el pelo.
-El sentimiento es mutuo.- continua Vilgefortz- Ellos te desprecian, creen que eres impulsiva, impredecible y peligrosa.
La maga se llevó las manos a la cara exhalando aire sin perder el gesto. El tipo de verdad iba en serio. Enmascaró su ansiedad tras una mueca de condescendencia mientras seguía escuchándole, aunque sólo fuera por no montar un escándalo en aquel mugriento lugar.
-Pero ahora mismo…eso es lo que Tissaia y yo necesitamos.- culmina con gran acierto el mago, mirándola intensamente a los ojos y Yennefer sintió de que esa mirada había atravesado su gruesa armadura de cinismo.
Oírle decir su nombre, escucharlo de sus labios fue todo un shock, notó que la boca se le quedaba seca y que su corazón galopaba con fuerza audible en su pecho. Jamás pensó que…
-¿Tissaia ha preguntado por mí?- no puede disimular su ligero temblor en el labio aunque pone su mejor tono de suficiencia. Aunque a nadie le pasaría desapercibido un levísimo tono expectante.
-Dijo que eras la mejor estudiante que había tenido.- respondió con ese tono aterciopelado, cálido y sincero, tocando en lo más profundo de las fibras del ser de la hechicera de cabellos azabaches.
Ni siquiera tuvo que responder con palabras pues sus ojos violáceos habían hablado por ella.