La magia más poderosa 13


Capítulo 13. Conexión.

Tu dolor es mi dolor.

Extracto del diario de Tissaia de Vries.

Año 1263

-Zeilil eip.- pronuncia limpiamente Tissaia, frente a su pequeño atril de madera como tantas y tantas otras veces había hecho a lo largo de las décadas. En su mano, una margarita se marchita y muere en un instante mientras una piedra del tamaño de un puño se eleva unos veinte centímetros sobre la mesa.

Frente a ella, en  fuerte contraste con la pulcritud perfecta de su maestra, Yennefer estaba agotada, el cabello alborotado de las veces que los nervios la había provocado que se llevase las manos a la cabeza desordenándolo, tenía marcadas ojeras de haber llorado y no sólo una vez.

– Zeilil eip.- con ambas manos, Yenn aferra los bordes de su atril con fuerza, sosteniendo la margarita entre sus dedos mientras tiene la vista fija en la piedra que permanece inmóvil, inmutable, sin ser afectada por nada. Parecía reírse de la hechicera.

-Otra vez.- insiste Tissaia, con un tono sereno y tajante.

– Zeilil eip.- pronuncia de nuevo la maga, con los dientes apretados, tragándose su orgullo. Nada.

-Otra vez.- el tono de la rectora es exactamente el mismo, no dando ni un ápice de impresión de cansancio o de impaciencia.

-No puedo.- contradice la maga, con un tono irascible.- Tengo que parar.

-Pararemos cuando yo lo considere, Yenn.- impasible, pero sólo en apariencia, a Tissaia la destrozaba ver a su amada en ese estado, pero de verdad creía que esta era la única manera de ayudarla. Tenía que llevarla al límite, hasta la extenuación, forzar esa conexión con el Caos a través de las emociones.

-Esto no sirve.- la de los ojos violetas levanta la vista y la clava directamente en la profesora. Sentía la ira, la rabia, la frustración bullendo en su interior, deseaba coger un palo, un arma, lo que fuese y destrozar todo el laboratorio donde Tissaia impartía las clases, hacía años que había abandonado esta etapa de su vida y estar aquí le producía sentimientos desesperantes, especialmente porque se veía incluso más atascada que en aquella época en la que la magia se le resistía.

-Ya te lo he explicado. Sirve para que recuperes el equilibrio. Debes tranquilizarte, concéntrate.- procura no enervarse, aunque la actitud de Yenn estaba tocando en sus fibras, Tissaia mostraba una infinita paciencia, no podía perder esta batalla contra el desánimo de su amada puesto que, si lo hacía, ambas perderían toda esperanza.

Llevaban días con estas lecciones, tanto en el laboratorio como en Tor Lara, donde el Caos era más poderoso y se convocaban los más fuertes conjuros, pero todo estaba resultando ser ineficaz. Por el día repasaban las lecciones, las teóricas y las prácticas, por las noches, Tissaia procuraba estudiar e investigar en los volúmenes de historia del Continente en busca de precedentes en la afección de Yennefer. Pero no había nada, ni un solo registro de que esto hubiera ocurrido antes y por tanto, ninguna solución. Por eso, la rectora empezó a documentar el caso, sin aludir al nombre de su alumna, en sus diarios y en sus notas, cada prueba, cada intento, cada variable que introducía en el día a día. Tal vez si encontraba una solución, su saber podría ayudar a los futuros magos y brujas que pudieran padecer esto mismo.

Por su parte, Yenn empezaba a sentirse como una especie de ensayo de Tissaia; el estrés y las preocupaciones por su estado habían acabado con su intimidad, reduciéndola a pequeños detalles que cada vez se espaciaban más en el tiempo, la desesperanza y la frustración se clavaron en el corazón de la de los ojos violetas, los pensamientos intrusivos empezaron a apoderarse de ella y sentía que cuanto más se forzaba, más se alejaba de la solución, fuera cual fuese. Pero la actitud analítica y estoica de Tissaia la hacía sentirse cada vez más lejos de ella.

Por si fuera poco, las obligaciones de Tissaia para con la Hermandad estaban muy lejos de terminar, entre todas las lecciones, las nuevas alumnas y la investigación, Tissaia aún tenía que batallar con Stregobor y los suyos que insistían en saber más de cómo Yennefer había sobrevivido a Sodden. La rectora sabía que el anciano mago estaba sembrando una campaña contra la maga que inevitablemente iba dirigida a menguar su propia reputación política por protegerla. Entre los pasillos casi se podían sentir las acusaciones de traición y de usuaria de magia prohibida y las comparaciones con magos renegados que utilizaban la magia del fuego para sembrar la destrucción. El ambiente estaba muy enrarecido, y por suerte, Tissaia había logrado ocultar el verdadero estado de Yennefer, ni siquiera se lo había contado a Vilgefortz, y no porque no confiase en él sino porque no quería que el mago sintiese más carga sobre sus hombros, pues estaba sometido a similares presiones políticas por parte de la facción de los magos más conservadores.

-Venga, otra vez.- reitera Tissaia, respirando despacio- Inspira, espira, Yennefer. Destierra la zozobra interior, recuerda: equilibrio, control, así es como dominamos el Caos.

La hechicera aprieta la mandíbula, bajando la mirada puesto que siente que le arden los ojos por las lágrimas agolpadas tras sus orbes.

-Zei…Zeilal ip- se le entrecorta la voz y pronuncia mal las palabras.

-Así no es.- corrige Tissaia.

-¡Joder!- Yenn se harta, explota, pero no de la manera que le hubiera gustado, coge la piedra con la mano y la arroja con fuerza al suelo, en un gesto furioso y desafiante.- No quiero hacer más esto, hagamos la prueba de la botella.

-No estas lista, el Caos te matará.- la rectora negó con la cabeza, siguiendo con la mirada la piedra que rodó por el suelo hasta rozar los pliegues de su vestido.

-¡Me da igual!

La prueba a la que la maga menor se refería era una que se hacía en las cavernas de Tor Lara en las noches de tormenta, las alumnas debían enfrentarse a la manifestación del Caos en forma de rayos, usar su propio poder para contrarrestar los elementos y encerrar un relámpago en el interior de una botella, canalizando su energía salvaje a una forma de luz. Era la prueba definitiva de aquellas que merecían la Ascensión, pero devastadora para las que no tuvieran el potencial adecuado.

-Yennefer no puedo permitirte que hagas eso.- reconviene Tissaia, rodeando el atril para acercar posiciones, empatizaba con la frustración y el miedo que debía sentir Yenn porque de alguna manera, ella sentía lo mismo, la nueva condición de su amada la preocupaba más allá del afán investigador, sentía que la vida de Yenn se le escaparía entre los dedos otra vez si no hallaba una manera de reestablecer su vínculo con el Caos. Y el pánico a perderla otra vez le impedía, justamente, afrontar sus sentimientos por ella y, sin darse cuenta, había elevado los muros entre ambas.

-¿Por qué?- Yenn la provoca sin contemplaciones, dando un paso atrás para mantener la distancia entre ambas, no pudiendo soportar una vez más su cercanía, su compasión, su pena.- ¿Por qué perderías la oportunidad de seguir investigando, verdad? Perderías a tu sujeto de pruebas.

-Eso no es verdad, no seas tonta.- suelta Tissaia, sin pensarlo, arrepintiéndose enseguida de sus palabras. Yennefer tenía ese poder sobre ella, tenía la capacidad de herirla, de hacerla conectar justamente con su fuero más interno y perder su preciado control. Por eso estaba tan enloquecidamente enamorada de ella, no era un amor templado como el que sentía por Vilgefortz, sentimientos controlados y palabras medidas. Lo que sentía por Yenn era un huracán de fuego descontrolado y eso…eso era de lo más inconveniente.

-Que te jodan, Tissaia.- espeta de vuelta, el insulto le había sentado como una bofetada, estaba a punto de llorar pero su orgullo era más fuerte que su amor, que sus ganas de perdonarla, que su empatía por los sentimientos que la rectora podía tener hacia ella.

Recortó la distancia entre ellas pero sólo para pasar por su lado abruptamente, casi golpeando su hombro en su camino para salir de aquella aula con unos pasos enérgicos, casi en una ligera carrera.

El sonido de sus pasos se perdió por los corredores, Tissaia no pudo moverse para detenerla y maldijo su inacción cuando dejó de oírla. Redondas y acuosas lágrimas resbalaron por las mejillas de la rectora, sabía perfectamente lo que Yenn quería oír de sus labios, y ella misma deseaba con todas sus fuerzas decirle que lo sentía, que la amaba, que la iba a querer hasta el final de sus días tanto si tenía magia como si no. Pero no podía, las palabras de amor se morían en su garganta, la culpa la azotaba con un látigo cruel, sentía que era tarde, que debió decírselo aquella noche en Sodden, en lugar de mandarla a morir, aunque lo contrario hubiera supuesto la desaparición de todo el norte. Yennefer salvó a los reinos del avance implacable de Nilfgaard aquella noche y pagó un precio peor que la muerte por ello y Tissaia sentía que nada de lo que pudiera hacer o decir podría sanar la herida que se había abierto entre ambas.


Airosa, Yennefer se aleja de las zonas comunes de la academia en busca de algo de soledad, dirigiéndose a las plantas bajas de Aretusa camino de las celdas de las novicias, con suerte las alumnas estarían ocupadas en sus lecciones con otras profesoras y no andarían revoloteando por los pasillos precisamente en estas horas de la mañana.

Conforme iba caminando y alejándose de las voces y los murmullos, su mente comenzó a encontrar la calma y el sosiego que necesitaba, las turbulentas sensaciones de su corazón herido por la frialdad y el desapego que Tissaia le mostraba se apaciguaron, aunque sin desaparecer. No era cosa de una rabieta puntual lo que había estallado en el aula, había sido el cúmulo de desasosiego e incomprensión que llevaba días sintiendo por parte de su amada lo que había provocado finalmente que la tensión llegase a culmen y la tratase de aquella manera.

Aminoró su paso, suspirando, sin llegar a detenerse, pensando en todo aquello, cómo estaba volcando sus frustraciones y su desánimo en Tissaia, de nuevo, como hacía tantos años en el juicio de Ban-Ard, cuando antes de la intervención de Triss, Yennefer estaba convencida de que su desgracia era culpa de la rectora, simplemente porque era más fácil pensar eso que enfrentarse con la idea de que alguien que la amaba la había traicionado. Y ahora la situación no era muy distinta, Yenn no podía culpar a Tissaia de la pérdida de su magia, aunque resultaba obvio que era una consecuencia derivada de la explosión de Caos en forma de llamaradas que asolaron el valle, la de los ojos violetas sabía que ella había optado por ese camino, a pesar de que sabía que podía morir. Pero deseaba tanto salvar a la mujer que amaba…que entregar su vida por ella se le antojó la mejor manera de honrar sus sentimientos.

Las lágrimas de nuevo amenazaron con agolparse en sus ojos al recordar aquello, esos instantes en que estaba segura de que iban a morir, Yenn le confesó a Tissaia que la amaba, no quería irse de esta vida sin decírselo. Pero ella…ella no correspondió y eso la hirió en lo más profundo de su alma, causando un desconsuelo difícil de asimilar. No la culpaba, Tissaia amaba a Vilgerfortz, quizás en otro tiempo la quiso a ella pero había pasado demasiado tiempo. Habían perdido su oportunidad y tenía que aceptarlo. Pero le costaba tanto…

Sus pensamientos se vieron interrumpidos violentamente por una figura que dobló la esquina, sorprendiéndola repentinamente. Alzó la vista para mirar a quien se había parado frente a ella.

-Vilgefortz.- saluda la hechicera respetuosamente, dando un paso a un lado para ganar distancia con respecto al mago en un gesto instintivo. Desde luego había cambiado mucho su apariencia en los últimos tiempos, donde antes lucía una armadura ligera incluso dentro de la academia, ahora vestía con túnicas y telas holgadas, más propias de los hechiceros de la Hermandad. Parecía que su etapa de guerrero había finalizado, suplantada por el rol de político que ahora se hacía más presente como aliado de la facción progresista de Tissaia.

-Yennefer ¿qué haces por aquí abajo?- preguntó el moreno con una beatífica sonrisa.

-Procuro no estorbar.- responde la maga con un tono mucho más cortante de lo que habría querido. La punzada de los celos se hacía presente en su alma simplemente con respirar el mismo aire que este hombre que en realidad, no le había hecho nada. Pero no podía evitar ser esquiva y desagradable con él.

-Ya veo. Ojalá todo fuera diferente- empieza a decir, mesándose la barba con aire pensativo, igual que cuando se disponía a dar un largo discurso que Yenn no tenía ganas de escuchar.- pero la política…

-…requiere de personas especializadas. Calculadoras.- ataja la de los ojos violetas, queriendo abreviar esa interacción.- Lo entiendo.- por un momento, Yenn fue consciente de que podrían estar hablando de política pero también de quién debía ocupar la cama y el corazón de la rectora. Tissaia necesitaba alguien frío y estable, no un volcán en erupción inestable y belicoso.

Vilgefortz la miraba directamente a los ojos, parecía sondear sus mismos pensamientos, tratando de discernir algo a lo que no parecía encontrar sentido.

-Sí. Claro que si.- asintió tras un instante a las palabras de Yenn, dejando claro que no ponía en duda que la maga entendiera perfectamente cuál era su lugar. Fuera de la política y fuera de Tissaia. O así lo entendió Yennefer.

Sin más que añadir, el hechicero se despidió con una levísima y cortés inclinación de cabeza y pasó de largo junto a la mujer, quien no se movió de su sitio para facilitarle el paso y no se puso en movimiento hasta que dejó de oir los pasos del hombre perderse en los pasillos. Miró un momento a su espalda para ver como giraba una esquina, presumiblemente para tomar las escaleras en busca de la directora, a sabiendas de que, si no estaba con ella o dando clase, estaría a solas.

Llegar a esa conclusión provocó otra bocanada de ira en el interior de la maga quien retomó su agitado andar, sacudiendo sus vestiduras al caminar con violencia, decidida a llegar a su cuarto y encerrarse en él por lo que quedase de día.

Pero las interrupciones no parecían querer darle tregua, no tardando en ser asaltada de nuevo por alguien que no deseaba ver en absoluto, tan solo un par de corredores más adelante, casi en la zona de las habitaciones de las chicas.

-Ah. ¿Tienes prisa?- Stregobor le sale al paso desde uno de los patios interiores quedando demasiado cerca de ella de lo que sería cómodo para nadie.

-¿Cómo es que siempre hay hombres acechando tras cada esquina de esta academia?- espeta violentamente Yennefer en actitud hostil.

-Vaya ¿no me digas que te asusté?- ríe de una forma desagradable y condescendiente el anciano mientras se inclinaba sobre ella y estiraba el brazo para posarlo en su hombro descubierto.- Lo siento…- probablemente la disculpa más falsa de todas las disculpas falsas, pues una gran sonrisa en el semblante del mago hizo que los vellos de la nuca de Yenn se erizasen en señal de peligro.

Y tenía razón.

Antes de que la maga pudiera cortar el contacto, los dedos de Stregobor se clavaron firmemente en su piel, accediendo directamente con su magia a la mente de Yennefer, conquistándola sin oposición debido al estado actual de la mujer, pero también gracias a lo inesperado de su ataque.

De pronto sintió que todo se ponía negro y abría los ojos encerrada en una celda, encadenada a una silla de piedra. Yenn sabía que era un juego mental, pero que solo era irreal en parte, pues realmente se sentía atrapada por el mago, aunque no fuera de forma física exactamente. Pero no podía liberarse sin su magia ¿acaso Stregobor sabía…?

No tuvo tiempo de pensar mucho pues notaba la presencia del anciano delante de ella, pero en realidad, estaba en todas partes a la vez.

-Sabía que eras un cerdo.- le suelta la mujer, fingiendo seguridad disfrazada de desdén.

-De eso nada querida, jamás tocaría a alguien como tú- le devuelve con asco Stregobor- asquerosa mestiza…- espeta en tono insultante.

-Prefiero que me llames Heroína de Sodden.- interrumpe forzando media sonrisa.

-Los héroes no desaparecen misteriosamente después de una batalla.- ataja la discusión el anciano, dejando claro cuál era el motivo de su desconfianza y qué quería sacar de todo esto.

-¿El concepto prisionera de guerra te resulta familiar?- se defiende Yenn, por enésima vez ante las diversas insinuaciones que le habían llegado en los días anteriores.- ¿O es demasiado complejo para ti?

-Y… ¿fueron los nilfgardianos los que te enseñaron a usar la magia prohibida? ¿O ya la practicabas de antes?- Stregobor sonríe ante la súbita incomodidad de Yenn por esa pregunta, realmente ella no podía explicar cómo había accedido a la magia prohibida del fuego.- Dime ¿qué se siente al controlar el fuego…?

-¡Que te jodan!- grita, quebrada su confianza, tira de sus ataduras sin éxito, siente los grilletes morder su carne.

-Ya…no seas tímida, Yennefer, tenemos mucho de qué hablar…

Como un cuervo acechando carroña fresca, Stregobor rodea la silla de la hechicera cautiva y posa sus sucias manos sobre el cabello de Yenn, buscando acceder violentamente a sus saberes y recuerdos, causándole un dolor indescriptible, tal que la hace temblar y gritar, era como tener sus manos hurgando directamente en su masa encefálica, buscando, descubriendo, apuñalando para abrirse paso.

El sondeo mágico era una tarea muy dolorosa cuando el sujeto se resistía y Yennefer podría no sufrir si entregase a Stregobor la verdad de lo que había, el tiempo que había estado como prisionera de Nilfgaard tras la batalla revelaría por sí mismo que no tenía tratos con el Imperio.

Pero Yennefer no podía consentir que el anciano llegase a descubrir la verdad de su pérdida de poder y tampoco la verdad de la relación que la unía con Tissaia. No, por nada del mundo dejaría que Stregobor descubriera eso.

Así que resistió. Aunque le produjese el mayor de los sufrimientos.


Hundida en sus legajos de infinitas líneas, Tissaia no se iba a dar por vencida con su alumna, la respuesta tenía que estar en algún sitio, Yenn tenía razón, presionarla y presionarla no estaba sirviendo para nada, incluso puede que estuviera poniendo las cosas más difíciles, si Yenn perdía la confianza en ella y en que podía ayudarla, sería realmente imposible que nada de lo que intentaran o descubrieran pudiera funcionar. Si algo debían cuidar era el vínculo que las unía, su afecto, su amistad su…amor.

Tissaia frunció el ceño y cerró los ojos, apretándose con los dedos el pliegue de piel que sobresalía encima de su nariz en un gesto cansado. Sí, ese pensamiento se había filtrado en su mente demasiadas veces como para ser ignorado. Amor. La amaba. La amaba tanto que dolía, que era como si su mente la castigase, como si devanaran sus sesos con una cuchilla afilada, como si algo…como si algo estuviera hurgando en su mente buscando, descubriendo, apuñalando.

Abrió los ojos de golpe y notó que esa sensación era real, desagradable, una tortura.

-¡Yenn!- la rectora se levantó tan rápido que los papeles volaron del escritorio, salió por la puerta y convocó un portal que se abrió a su paso, casi arrollando a Vilgefortz que se disponía a asomarse al despacho de la directora cuando esta salía.

Tissaia se apareció justo en el lugar donde Stregobor, concentrado, sostenía a Yennefer bien agarrada por la cabeza, sus dedos se hundían en el cráneo de la hechicera sin causar herida alguna, pero el gesto de la de los ojos violetas era de estar soportando un sufrimiento extremo, abriendo la boca en un grito silencioso y desesperado.

-¡BASTA!- grita con una agresividad inusitada, al tiempo que extendía una mano hacia el anciano mago, lanzando un ataque muy poderoso que lanzó a éste violentamente contra la pared del final del corredor.

Con el odio grabado en su semblante, Tissaia quiso matarlo allí mismo, llegando hasta al lado de Yennefer la sostuvo por la cadera, dejándola reposar en su hombro, libre del influjo de Stregobor pero debilitada hasta el extremo.

-Pagarás por esto.- advierte la directora en un tono que helaba la sangre.

Tu dolor es mi dolor.

Extracto del diario de Yennefer de Vengerberg.