La magia más poderosa 12


Capítulo 12. Pedazos.

No sentirte fue como estar muerta en vida. Por eso tenía que salvarte. Para salvarme. Para salvarnos.

Extracto del diario de Tissaia de Vries.

Año 1263

La isla de Thanned era un montículo rocoso hueco por dentro. En sus cavernas interiores podía encontrarse Tor Lara, y, justo encima, la torre de la Gaviota. Finalmente y como colofón a tan grande estructura, se erige la academia de Aretuza, conectada por un puente colgante cuya resistencia a los temporales sólo podría explicarse de forma mágica. La expresión “lo hizo un mago” cobra sentido cuando cruzas dicho paso de un lado a otro.

A esta isla sólo se puede acceder en bote desde la costa de Temeria, o al menos eso cree todo el mundo; cualquiera podría pensar que los magos y brujas pueden llegar también a través de portales o con hechizo de levitación, pero eso está estrictamente restringido de forma mágica.

Sin embargo, los rumores son ciertos, hay una tercera manera de llegar, a través de túneles subterráneos por debajo del lecho marino, si conocías la cueva adecuada para internarte en ella en los acantilados, las grietas rocosas se abrían en diversas galerías y túneles naturales que nunca se inundaban, tal vez porque el mismo Caos mantenía el agua lejos de allí para poder salvaguardar a los canalizadores que necesitaran guarecerse de los enemigos en aquellas cuevas.

Cubierta con un manto negro raído, el cabello pegado a la cara por el sudor y la salitre, Yennefer de Vengerberg, portando una antorcha como fuente de luz, se internó en aquella oscuridad densa, con olor a mar, a algas y a humedad, rezando por haber dado con el camino adecuado ya que de lo contrario, podría encontrarse con alguna hendidura que no le permitiera desandar su camino. O tal vez el Caos la considerase una intrusa y cerrara las aguas sobre ella. Yennefer no podía saberlo, el corazón le galopaba dentro del pecho con fuerza, presa del miedo y la intranquilidad como pocas veces en su vida. Aún llevaba puestas las ropas que había lucido en la batalla de Sodden, hacía ya más de doce días, cubiertas de sangre, barro, maleza y cenizas de su propia destrucción.

No sabía cómo había sobrevivido, tan sólo que al despertar lo había hecho tras la línea enemiga y que había pasado un auténtico infierno hasta lograr escapar de las garras de Nilfgaard. Pero ya estaba cerca del lugar que, aunque había odiado, sabía que era su hogar, el único sitio del mundo donde podría recoger sus pedazos, pegarlos, hacer encajar las piezas rotas, recomponerse, resurgir, resucitar. Junto a la única persona por la que había valido la pena morir, por la que le había valido la pena vivir.

La de los ojos violetas dejó atrás la claridad del mortecino sol y caminó dejándose llevar por su intuición, sus recuerdos y sus deseos para adentrarse en la oscuridad, en un camino que se le antojó eterno, cada recodo, cada piedra afilada, cada bocanada de aire denso la acercaban más y más hacia el final, fuera el que fuese.


Centenares de metros más arriba, en la insigne escuela, la reunión del Cónclave tras la batalla de Sodden era un cruce de acusaciones mortíferas, los que habían abogado por la inacción culpaban a los otros de haber causado pérdidas irremediables en sus filas, mientras que los que apostaron por ir a la batalla devolvían los dardos apuntando que si hubieran sido más, ninguna vida se habría perdido.

-Es evidente que tenemos la traición entre nosotros, Nilfgaard no tendría que haber llegado a Sodden antes que los ejércitos del Norte.- apostilla Tissaia, con la mirada embravecida y oscurecida por las múltiples pérdidas sufridas, su rostro reflejaba una serenidad afilada, pálida y determinada.

Había pasado cinco días en las mazmorras martirizando al comandante del ejército nilfgardiano, escudriñando su mente hasta hacer peligrar su cordura incluso cuando dejó de hacer preguntas, Tissaia se había dejado llevar por su rencor y su dolor, proyectando en el soldado su propia culpa, su horrenda decisión que le había arrebatado las ganas de dormir, de comer e incluso de respirar en alguna ocasión. Cada vez que cerraba los ojos veía unos ojos violetas llorosos, cada vez que soñaba sólo oía a su amante dedicarle palabras de amor, cada vez que comía los alimentos adquirían el sabor de la ceniza en su boca. De no haber sido por el firme e incondicional apoyo de Vilgefortz, la gran Tissaia de Vries habría sido consumida por su propia culpa y deseo de expiación. En lugar de eso, el fuego de la venganza amenazaba con destruirlo todo a su paso.

-¿Insinúa algo concreto, rectora?- increpa Stregobor, evidentemente ofendido por las palabras que Tissaia había dirigido expresamente hacia él.- Si tiene pruebas que sustenten su acusación contra cualquiera de los miembros de esta Hermandad, es el momento de hacerlo.- la provoca, entrelazando sus dedos, tal vez para fingir tranquilidad u ocultar la tensión de sus manos.

-No sería la primera vez que uno de los nuestros pretende sacrificar la sangre mágica para sus fines.- continua la de los ojos verdes, apretando con tal fuerza los dedos en la repujada silla que los nudillos se le volvieron blancos- Pero sí es la primera vez que lo consigue; la muerte de catorce magos y brujas que decidieron por voluntad propia luchar por este Continente te coloca en una posición muy ventajosa para conseguir más apoyos en este consejo

-¡Afirmar eso es traición!- Stregobor no soporta más la tensión y se levanta de la silla, provocando que entre los suyos también se alcen voces prestas a conminar a Tissaia a que se retracte.

-Hacerlo es traición.- responde la directora sin moverse de su sitio, mirando fijamente al mago anciano, pero su contacto visual es cortado por el cuerpo de Artorius Vigo, quien se interpone entre ambos.

-Tissaia, retráctate, no puedes hacer esas acusaciones sin pruebas.- trata de calmar los ánimos, pero sólo consigue que la directora apriete los dientes.

-Era tu sobrina la que estaba allí, Artorius. Del lado del enemigo. Usando magia prohibida. Dime ¿también necesito pruebas de eso?- espeta, acallando algunas voces entre gestos de dudas- ¡Catorce vidas mágicas fueron segadas…!

-Trece.- interrumpe alguien tras la acalorada discusión, alguien cuya voz no corresponde a ninguno de los presentes y que hace que Tissaia de Vries enmudezca y sus ojos se inunden de lágrimas. El temblor en el labio acude, arruinando toda su fiera estampa, desmontada por esos ojos violetas que la observan con cansancio.

Yennefer de Vengerberg sonríe a su antigua maestra, forzando sus labios en una mueca confiada, acallando el miedo en sus ojos para sólo mostrar la entereza que la había caracterizado.

-Trece vidas. Siguen siendo muchas.- culmina la maga recién llegada, como salida de entre los muertos, todos ahora guardaban silencio, observándola como si fuera una aparición.

Vilgefortz, congelado en su silla como el resto, fue el primero en reaccionar, carraspeando sonoramente para romper la extraña situación.

-Será mejor que pospongamos la reunión para mañana, todos tenemos asuntos que atender.- y nadie pareció discutirle, todos estaban bastante cansados por los días acontecidos, con los nervios a flor de piel, nadie sabía cómo continuar aquel Cónclave ahora que aquella a la que habían llamado “la heroína de Sodden” había aparecido con vida.

Entre murmullos y vagas disculpas, los hechiceros abandonaron el salón, incluido Stregobor, que no había despegado la vista de la maga de ojos violetas en ningún momento hasta que el muro se interpuso entre ellos al salir de la habitación.

-…es imposible…- mascullaba el anciano mago mientras Artorius le acompañaba fuera.

A los pocos segundos, Yennefer y Tissaia estaban solas, Vilgefortz se aseguró de ello siendo el último en salir para cerrar la puerta, sabía bien los sentimientos que Tissaia albergaba en su interior, por mucho que había luchado la rectora contra ellos, el mago guerrero conocía que la desaparición de Yenn tras la batalla había destrozado el corazón de la mayor hechicera del Continente. Necesitaban unos minutos y a nadie extrañaría, puesto que había sido su más brillante alumna y muchas cosas del pasado las unían.

-E…estas viva.- pronunció finalmente Tissaia, con un incontrolable temblor en la voz. Había sido una afirmación, pero había dudas en su tono, incredulidad y miedo a despertarse y que fuera otro de sus sueños. Se levantó de la silla, situada de espaldas a la puerta y la rodeó hasta alcanzar a la joven hechicera, extendiendo sus manos para tocar las ajenas.- Estas aquí.

Sus manos se entrelazaron, la calidez de la piel no mentía, estando tan cerca la rectora podía notar el olor a salitre que despedían sus ropas, las mismas que había llevado en Sodden, raídas, llenas de barro, sangre y maleza…¿Qué le había pasado?

-Estoy aquí.- respondió la morena, ahogando las ganas de llorar desconsoladamente en los brazos de su amada, en su lugar apretó fuerte sus manos entre las propias, igual que un náufrago se aferraría a su tabla salvavidas en mitad de la tormenta.

Pero había algo que no encajaba. Tissaia la miraba con los ojos muy abiertos, recorría cada una de sus facciones, de su cabello, sus ojos, sus labios, bajó la vista para ver de nuevo sus ropas, sus manos, sus brazos. Tenía una horrible sensación en el pecho y no podía quitársela.

La veía pero…no la sentía. Y eso era aterrador.

-Yenn…- murmura tragando saliva, incapaz de verbalizar lo que su instinto le gritaba.

-Tissaia…-Yennefer ya no puede aguantar la compostura más. Su maestra lo ha detectado. Probablemente es la única persona en todo el Continente capaz de hacerlo sólo con mirarla.- El precio…es como dijiste. La magia es…-rompe a llorar, desconsolada, no puede permanecer de pie, se cae de rodillas ante Tissaia y hunde la cara en el vestido de la rectora-…es un trato…un trato y yo…yo lo he perdido.

La directora acogió a su amada entre sus brazos, sosteniéndola en su derrumbe, acogiéndola como otras veces, las lágrimas silenciosas acudieron a sus ojos y resbalaron por sus mejillas rodando fuera de control hasta caer en la melena azabache de su antigua alumna.

El Caos la había abandonado. No se sentía ni una pizca de magia en el interior de Yennefer, por eso no se había percatado de su llegada. Por eso algo no encajaba. Podía ver lo destrozada que estaba la mujer entre sus brazos, pero no podía sentir sus emociones, lo que en otras ocasiones hubiera sido un volcán en erupción ahora era vacío y silencio, como asomarse a un acantilado oscuro que se tragara la luz y cuyo fondo no pudiera avistarse.

-Estoy aquí, Yenn. Estas en casa. Estas a salvo.- es lo único que puede decirle la maestra, besando su sien, acomodando sus cabellos, sin importarle la suciedad de su piel ni de sus ropas, estrecha sus brazos y la aprieta contra sí, los sentimientos son agridulces en su interior…la había recuperado, ella había vuelto. Pero lo había hecho con una gran herida, la más grande que se podría infligir a alguien como Yennefer.

Y Tissaia no sabía cómo podía ayudarla.