La magia mas poderosa 11


Capítulo 11. Pérdida.

La magia tiene un precio. No es un regalo, es un trato. Y a menudo ese trato nos lleva a lugares oscuros.

Extracto del diario de Yennefer de Vengerberg.

Bajo el título “Lecciones de Aretusa”.

Año 1263

Tras el incendio llegaron las tropas de los reinos del norte, fue una masacre. Arrollaron a los pocos supervivientes que quedaron del ejército de Nilfgaard, acuchillaron sus cuerpos carbonizados, escupieron sobre sus armaduras derretidas, pisotearon con sus caballos sus miembros buscando el mayor sufrimiento.

Tissaia pudo ver todo aquello y más porque, en su desesperación, pasó las siguientes horas rebuscando en las mentes de los muertos, viviendo sus agonías en sus propias carnes con tal de examinar cada punto del campo de batalla. Buscando. Buscándola.

-Ella se ha ido.- le dijo Vilgefortz de Roggeveen, recogiendo a la rectora de Aretusa del suelo en una de las muchas veces que el agotamiento la alcanzó y la postró de rodillas.- Pero hay otras que están aquí y te necesitan.- y aquellas sabias palabras, cargadas de verdad fueron lo único que pudo apartar a Tissaia de aquella labor, mitad búsqueda, mitad castigo autoimpuesto.

No le dijo nada al mago guerrero, tan sólo se dejó ayudar a poner en pie, con la vista sobre los cientos y miles de cadáveres sobre los cuales las cenizas se posaban lánguidamente. No le dijo nada de lo que había pasado con Yennefer, no le dijo que había sido por ella, no le dijo que la culpa le estaba devorando las entrañas, que se habría dejado morir gustosa en aquel campo por tal de dejar de sentir aquel agujero en su estómago. No dijo que lo último que le dijo Yennefer es que la amaba y que ella había callado.

Apoyada en el mercenario, abandonaron el monte de Sodden, él tenía razón, si bien nunca podría sacarse la carga del destino de Yennefer, tampoco podía dejar que otras muriesen sólo por su pena y vergüenza.


Los siguientes días en Aretusa estuvieron marcados por la sombra, la pena y la muerte. De los más de veinte magos y hechiceras que habían acudido a Sodden, catorce estaban muertos o ni siquiera se habían encontrado sus cadáveres. Y además aún había que luchar contra las heridas que amenazaban la vida de los pocos supervivientes.

Tissaia no se permitía el lujo de descansar, había convertido sus grandes salones de baile en una especie de hospital improvisado, aquellos cuya vida estaba fuera de peligro se afanaban en hacer pócimas, ungüentos y emplastos para los que no podían levantarse. Por su parte se afanaba con los hechizos curativos hasta que el Caos no daba más de si, y entonces daba agua, cambiaba vendajes y ofrecía consuelo.

Sabrina sobreviviría, la caída desde la atalaya fue terrible pero al menos fue rescatada a tiempo. La peor parte se la había llevado Triss Merigold, gran parte de su torso estaba quemado, habían pasado un día entero sólo para cortar el vestido que se le había derretido en la piel. Lo primero que Tissaia pensó fue que había sido por causa del fuego de Yennefer, pero respiró con gran alivio al saber que no, que fue una antorcha nilfgardiana empapada en óleo. Pero la gran tragedia fue descubrir que Triss reaccionaba contrariamente a lo esperado cuando se le intentaba hacer un hechizo de curación, empeorando sus heridas y redoblando su sufrimiento. Tissaia había leído sobre esa enfermedad, no se podía hacer nada, era una reacción anti mágica de su Caos, una manifestación desagradable pero contra la que no se podía luchar. Toda su esperanza estaba puesta en los remedios tradicionales, hierbas, emplastos, infusiones y muchos cuidados. Pero el dolor…Tissaia podía sentir el dolor, el que va por dentro de la piel de la pelirroja, esas heridas puede que no sanaran nunca.

-Y…Y…Yenn…¿e-está bien?- acertó a preguntar Triss en un momento de lucidez mientras Tissaia estaba junto a su lecho, empapando trapos con agua fría para limpiarle las costras purulentas de su pecho.

La pregunta penetró en el corazón de la directora con la facilidad que un cuchillo corta la mantequilla, hubiera querido mentir, decirle que no se preocupase por eso ahora, dejarla descansar, Triss no podía cargar con eso ahora. Y sin embargo su pregunta la pilló tan desprevenida que no pudo reaccionar, su mirada encontró la de la hechicera herida y no supo componer una respuesta. Maestra y alumna notaron sus ojos llenarse de lágrimas y Tissaia se sintió tan cerca de derrumbarse que tuvo que levantarse, dejando a otra alumna con el paño lleno de sangre para que la relevase.

Por su parte, Triss entendió más de lo que podía creer y de sus ojos resbalaron lágrimas por sus sienes al tiempo que perdía el control del dolor y de su garganta salió un grito desgarrador, mitad debido a la tortura de sus heridas y mitad pesadumbre por la pérdida de la que fue su mejor amiga. Rápidamente todos cuanto estaban a su alrededor se afanaron en administrarle calmantes que pudieran ayudarla a dormir, sumida en un descanso febril en que nuevas pesadillas la acompañarían, quien sabe si para siempre.

Tissaia se alejó de la escena, incapaz de afrontar el desconsuelo que había provocado en Merigold, la culpabilidad era una losa que llevaba días haciéndola sentir cada vez más pequeña, más insignificante, más impotente.

-¿Qué ocurre?- Vilgefortz aparece tras ella, presto para sostenerla tomándola respetuosamente por la cintura, tal vez pensando que su amada estaba cerca del desmayo.

-No hay rastro de Yennefer…- musita con un hilo de voz, sin poder evitar apoyarse en el mago, quien se mantuvo en su posición para abrazarla y dejar un beso en su frente.

-Nos salvó a todos.- susurra, como una oda, como una letanía.

-Ni siquiera su cuerpo ha quedado.- como ausente, Tissaia parecía tener una conversación paralela.

-Shh…no te tortures más.- aprieta su abrazo cálido y lleno de consuelo, alrededor de una mujer que solo estaba aquí en cuerpo.- Gracias a ella hemos vencido, estamos aquí, Nilfgaard ha quedado muy dañado y sin uno de sus generales…ahora podemos tomar la delantera.

Tissaia frunce momentáneamente el ceño, como si algo de las palabras de Vilgefortz hubiera penetrado en su subconsciente.

-El general nilfgardiano…estaba en la retaguardia de sus tropas, coordinando la retirada, pero él quedó atrás ¿no? Y por eso fue apresado.- murmura Tissaia con la vista fija en el mago guerrero, pero no le estaba viendo exactamente a él, sino más allá de él.

-Sí, algunos buenos magos de Ban Ard se están afanando por entrar en su mente, sabemos que orquestó la caída de Cintra y que es un hombre de confianza directo del emperador de Nilfgaard, pero por ahora no hemos podido sacarle más, y debe tener información sobre donde se están reagrupando y cuantas fuerzas le quedan al sur. -el tono del mago era frustrado pero no dejaba de echar vistazos de reojo alrededor, observando por si alguien les escuchaba- Ni siquiera Stregobor ha conseguido penetrar…

-Yo me ocuparé.- Tissaia recargó su peso de nuevo en sus propios pies, apartando con suavidad a Vilgefortz quien no se opuso pero en su rostro se veía un conato de sorpresa.

-¿Qué vas a hacer?- pregunta mientras la ve alejarse.

-Algo útil.- responde, recuperada la energía en su caminar, una energía rebosante de ira, dolor y deseo de venganza. Tissaia había encontrado repentinamente una razón para seguir respirando.


En las profundidades de Aretusa, un hombre yacía encerrado en una celda, en realidad había sido el cuarto de una novicia, pero tiempos desesperados requieren medidas desesperadas y con el único fin de alojar a su primer prisionero en la historia, la habitación fue reconvertida en una oscura cárcel, con una ventana alta enrejada por la que se filtraba la luz de la luna. En aquella estancia no había nada más que una silla de piedra, fría e inhóspita, labrada con rudeza, no estaba hecha para la comodidad de quien la usara. Estaba provista de grilletes de hierro para las manos y los pies, reforzados con encantamientos para que pudieran retener incluso al más fuerte de los hombres. Pero el que estaba hoy sentado no era ni de lejos el más fuerte, tal honor correspondía a aquel a quien había jurado lealtad, y ese conocimiento, el del estar sirviendo al mejor de todos los hombres, era lo que le había dado fuerzas para soportar las torturas, físicas, mentales y mágicas que los magos habían creado para él.

Cahir llevaba días encerrado en aquel lugar, sin comida, tan solo podía beber las gotas de agua que caían en su boca cuando le echaban un barreño bien frío por arriba. Y a veces era salada, pero a veces no, lo que no permitía a su cuerpo bajar la guardia ni siquiera para tratar de hidratarse. Y a pesar del trato recibido, aún no habían conseguido sacarle nada. Ni siquiera sondeando su mente, puesto que su fe y las lecciones aprendidas de Fringila Vigo, habían mantenido sus secretos a salvo en el fondo de su mente y estaba resuelto a morir antes de entregar nada. Había perdido la batalla, pero la guerra aún estaba librándose y sabía que tarde o temprano moriría y que entonces podría descansar. No le importaba, en su fe en su emperador, él ya estaba salvado, pues no había mayor honor que morir siendo leal.

El nilfgardiano no se sobresaltó ni un ápice al notar como la puerta a su espalda se abría para dejar paso a alguien, alguien nuevo, a juzgar por sus pasos, no los había oído antes, aspiró el aire y notó un perfume de mujer.

-¿Eres mi ejecutora o mi inquisidora?- pregunta, retador el general nilfgadiano.

-Ya veremos cómo va la noche.- respondió la mujer, ataviada con ropajes adustos y elegantes, pero cubiertos de suciedad y sangre, que no tenía aspecto de ser suya. Su rostro estaba sucio y su estricto peinado, revuelto. Y aun así, a pesar del mundano aspecto de la mujer que tenía enfrente, Cahir supo dos cosas; la primera es que estaba delante de la gran Tissaia de Vries. La segunda, que ésta le guardaba un odio irracional, un rencor más allá de este mundo y que lo despreciaba tan profundamente como si hubiera nacido para ello.

Cahir entendía por qué, la batalla de Sodden se había saldado con innumerables vidas de magos y hechiceras, muchos de ellos serían directos conocidos de la rectora de la escuela, cuando no directamente sus amigos y sus alumnas. Apretó los puños observando por el rabillo del ojo como la maga daba vueltas entorno a él. Ahora llegaba la primera prueba de verdad.

-Mátame o no lo hagas, no habrá diferencia, no os voy a revelar nada.- escupe el general, intentando ocultar su miedo tras la bravuconería.

Tissaia se detiene un instante, sonríe de medio lado, una sonrisa siniestra y carente de alegría, absolutamente inhumana y tétrica. Alza su mano y la punta de sus dedos roza el hombro del general.

Automáticamente, Cahir sintió el mayor de los dolores, como una brutal ola, similar a lo que sentiría si un rayo le atravesase, todos sus órganos parecieron arder en llamas dentro de él, apretó tanto los dientes que pensó que le iban a estallar dentro de la boca, incluso las cuencas de sus ojos las notó desorbitarse como si quisieran salir de su cuerpo, huir de esa horrorosa tortura. Y eso solo había sido un pequeño roce. El desmayo no acudió en su ayuda, a pesar del gran sufrimiento, algo había retenido su consciencia despierta. ¿Este era el poder de la rectora de Aretusa? No. Sólo era el principio.

-No está en mi naturaleza ser cruel.- sigue diciendo la mujer, apartando sus dedos torturadores del cuerpo del hombre, avanzó dos o tres pasos más y la voz empezó a llegar a los oídos de Cahir justo desde detrás.- Pero me habéis arrebatado lo que yo más quería. -su tono se volvió, si cabe aún más frío y sombrío, una amenaza directa que encogió el corazón del general.- Así que yo voy a arrebatarte todo lo que tú eres. Tus recuerdos, tus conocimientos, tu esencia, tu voluntad, tu consciencia, tus alegrías y tus penas…hasta dejarte seco, encerrado en una cárcel de carne y hueso, atrapado en la oscuridad insondable de tu propia mente vaciada, como si fuera el cascarón de un barco hundido en el fondo del mar.

Mientras hablaba, la directora colocó ambas manos a ambos lados de la cabeza de Cahir, quien trató de moverse, pero el firme agarre pareció extenderse por todo su cuerpo, privándole también de la posibilidad si quiera de retorcerse.

-Quieres gritar, pero es muy pronto. – sigue hablando con esa voz que parece venida de ultratumba y más cuando, por efecto de alguna magia, Cahir empezó a sentir que esas palabras ya no provenían de detrás de él…sino de dentro de él–  Demasiado pronto, porque aún no he empezado- de alguna manera aquellos dedos que reposaban sobre su cráneo se hundieron sin causar herida alguna en la piel del general, pero él podía sentir que estaban dentro de su cerebro, física y mentalmente, hurgando en su masa cerebral, navegando en su mente de manera más literal pero también metafóricamente. Y dolía, pero era un sufrimiento tan diferente a cualquier cosa que hubiera sentido antes que era simplemente indescriptible. Y sabía, porque sabía a ciencia cierta, que la muerte no llegaría para proporcionarle alivio. Resístete o entrégate, al final no habrá diferencia. Pero llegarás a saber cuán intenso puede llegar a ser un grito.

Los dedos terminaron de hundirse hasta su base en el cráneo de Cahir y el aullido que estalló en su garganta fue tan primitivo que notó como si toda la vida se le escapara por la boca, como si sus cuerdas vocales estallaran en mil pedazos y aun así quisieran seguir gritando. Incluso cuando se le acabó el aire de los pulmones, su rostro se quedó congelado y arrugado en una mueca del más puro sufrimiento y terror, tanto que nada podía hacer por expulsar a Tissaia de su mente, sólo podía esperar pasivamente a que terminase lo que fuera que quería.

Pero Tissaia no encontró lo que buscaba, porque Cahir no vio a Yennefer en ningún momento ni siquiera conocía ese nombre. Pero eso no la detuvo, la venganza, el deseo de hacer sufrir a Cahir todo lo que ella estaba sufriendo, proyectar en él toda su culpa, su rabia, su lado más abyecto…era la catarsis que Tissaia necesitaba. Era más fácil culparle a él de lo ocurrido con su amada que asumir su propia responsabilidad en lo ocurrido, tanto con Yenn, como con Triss y con todas las vidas que la batalla había segado.

Así que, simplemente, siguió.