El naufragio.


Iban a ser unas maniobras como otras cualesquiera. De hecho más fáciles de lo habitual, muchos mis compañeros tomaban el sol en cubierta en sus horas libres. Y no era para menos.

El Mediterráneo es un mar con fama de tranquilo, brisas suaves, olas que mecen las embarcaciones, temperaturas primaverales en la práctica totalidad del año. Nada que ver con las tormentas tropicales del mal llamado Pacífico o Atlántico.

Sin embargo yo no terminaba de fiarme, miraba el horizonte como quien mira a un león durmiente, había una formación nubosa en el oeste y el aire traía aroma de ozono. Hablé con el comandante Stevens al respecto pero no pareció darle importancia y me despachó con esas maneras paternalistas tan propias de Wisconsin. Yo era de Florida, una zona mucho más abierta y liberal incluso en estos tiempos convulsos tras la Gran Guerra, me alisté como operadora de radio porque la perspectiva de seguir la tradición familiar en la carnicería no era compatible con mis deseos de ver mundo. Y la verdad es que me gustaba esta vida, era dura y muchas veces tenía que aguantar las bromas de los mandos superiores y tener que rechazar doce citas al mes. La mayoría eran amables y caballerosos pero simplemente yo quería algo más.

-Ey Ruby.- la voz de mi “algo más” me llegó desde mi espalda y me volví con una gran sonrisa en el rostro, mi cabello azabache indomable se meció con la brisa marítima y mis labios rojos destacaban sobre el blanco uniforme provocando justo lo que quería.

Frente a mi estaba Alan, un mozo de mantenimiento enrolado en los últimos meses, apuesto, musculoso, de mandíbula cuadrada y ojos profundos como el océano. Hacia unas semanas que manteníamos un affaire a bordo que era todo un secreto a voces entre la tripulación, pero no estaba prohibido así que tan sólo suscitábamos cotilleos y envidias.

-¿Ahora me dices “ey”?- pregunto divertida-¿me has visto pinta de ganado? Ya no estás en tu granja de Minnesota, marinero.- le vacilo con una mueca malvada que hizo que el rubor acudiera a las mejillas del chico.

-Ah…claro es verdad. Lo siento Ruby.- se disculpó apresuradamente pasándose la mano por la nuca perfectamente rapada como mandaba el protocolo.- Me preguntaba si…

-Claro que si.- me adelanté a sus palabras, llegué en un par de ágiles pasos hasta su altura y me puse de puntillas para besarle en la mejilla, muy cerca de los labios. La marca del pintalabios se dibujó coquetamente en su bronceada piel.- ¿Nos vamos?- me colgué de su brazo y dejé que me condujera.

Alan y yo teníamos un…juego especial. Desde que nos conocimos descubrimos en el otro tanta química sexual que no tardamos en contarnos nuestras fantasías más perversas. Resultó que teníamos las mismas; a ambos nos gustaba aderezar el sexo con experiencias picantes, a veces nos vendábamos los ojos, nos azotábamos en las nalgas, los mordiscos, los pellizcos en los pezones y en los genitales y hacía poco que habíamos subido el nivel y empezábamos a atarnos mutuamente y decidimos echarlo a suertes. Tras cada encuentro tirábamos una moneda al aire a ver a quién le tocaba ser atado en la siguiente ocasión.

Esta tarde me tocaba a mí y la idea me había mantenido en ascuas todo el día. No era la primera vez pero me gustaba tanto como atarle yo a él, no terminaba de decidir qué me excitaba más.

Melosa como una gata feliz, caminé a su lado hasta nuestro pequeño escondrijo en la sala de calderas, una zona con aspecto casi abandonado donde sólo trabajaba él, allí entre las manivelas, las tuberías de agua caliente e infinidad de ruidos por el entrechocar y los roces de los metales era donde podíamos sentir la verdadera intimidad.

Alan estaba tan caliente como yo, pude notarlo a medida que nos acercábamos, conforme nos adentrábamos en nuestro pequeño paraíso privado y la temperatura subía pude ver como el bulto de su entrepierna crecía y se hacía más y más sugerente para mí. Una parte de mí quería desnudarle allí mismo y degustar aquel manjar que yo sabía que era por y para mí pero otra se refrenaba para mantener nuestro acuerdo de que hoy le tocaba mandar a él…y porque también aquella erección que debía esperar satisfacción le atormentaba un poco así que era una manera de sufrir un poco para él.

Lo que sí hice fue pegarme a su cuerpo de manera provocadora con la excusa de la estrechez de los pasillos, haciéndole consciente de que mis pezones estaban erectos…y que no llevaba sujetador bajo el blanco uniforme. Por su sonrisa diría que se dio cuenta.

Por fin llegamos a nuestro rincón y el juego empezó, Alan me lanzó de manera casi violenta sobre el fondo del pequeño espacio y se abalanzó sobre mí cubriéndome de besos la boca, la cara, el cuello y bajando por mi pecho al tiempo que desabrochaba los botones de la chaquetilla del uniforme, su saliva cubrió mis pechos expuestos y me dejó con ganas de sentirle más y más abajo. Pero entonces me paró, me puso la mano en la garganta y, sin ejercer fuerza, yo supe que él deseaba que me quedara quieta…y eso hice.

De su bolsillo trasero extrajo un trozo de cable, seguramente desechado de alguna reparación y mientras continuaba comiéndome los senos, empezó su camino de vuelta hacia mi boca, esta vez llevándose mis brazos consigo en su ascenso hasta que mis muñecas se encontraron entrelazadas sobre mi cabeza y, habilidosamente, Alan usó el cable para anudarlas entre sí y a una manivela de volante de acero y totalmente rígida. Un suspiro escapó fugazmente de mi boca y sentí toda la humedad de mi entrepierna justo en ese momento, ahora estaba totalmente a su merced, dócil y vulnerable. Pero no importaba. Confiaba. Me excitaba.

Alan se bebió mi exhalación y continuó echando a perder mi maquillaje con su voraz boca, apretando mis pechos en sus manos, y luego bajó hasta acuclillarse a la altura de mi cadera, puso sus manos en mis pantorrillas bajo la larga falda azul y comenzó a subir, elevando la tela con ellas hasta palpar mi intimidad, haciendo que me temblaran las piernas, en ese momento agradecí estar fuertemente atada porque dudo que hubiera sido capaz de mantenerme en vertical.

-Vaya, Alan, ¿vas a empezar sin nosotros?- una voz masculina, chulesca y socarrona atrajo toda mi atención y me dio un vuelco en el corazón, que empezó a galopar a un ritmo muy diferente al mantenido hasta ahora.

Abrí los ojos tanto como era humanamente posible, y luego los entrecerré para distinguir a quien se acercaba entre las nubes de vapor y las tenues lámparas amarillas de la sala.

Eran dos marineros, les reconocí en seguida, Mark y Kurt, dos tipos poco agraciados, fuertes y con menos seso que un perro. Entre los dos.

-¿Qué hacéis aquí? Esta fiesta es privada.- les ladré, fuera de mis cabales, tan avergonzada como furiosa.- Díselo, Alan.- le espeté sin siquiera mirarle, fija la mirada en los intrusos. A él le harían más caso que a mí, Alan era un marinero respetado y más musculoso que ellos. Les daría su merecido.

-En realidad…-empezó a decir mi amante, provocando que un nuevo y desconocido temor tomara por completo mi mente, agrandando mis pupilas y un sudor frío empezó a recorrerme la espalda.- les he invitado yo. La camaradería del mar, ya sabes, preciosa. – el tono de Alan era guasón, burlesco, soez. Había cambiado. Continuó hablando mientras yo le miraba con el rostro desencajado.- Para nada, chicos, solo os la ponía a punto, es una fiera, pero ya está domada. ¿Verdad Ruby?- dijo y llevó su mano a mi mandíbula para agarrarla firmemente y yo, en estado de shock, me había quedado paralizada y pálida como la espuma del mar.

-Jaja es verdad mírala, tiembla como un conejillo…-dijo Mark, el que había hablado primero, la risa excitada que acompañaba a sus palabras me dio ganas de vomitar.- ¿tú qué dices Kurt? ¿Es o no es buena pesca?

De los dos, o más bien, de los tres, Kurt era el que daba más miedo. Era un tipo grande, barrigón, la suciedad de su piel se veía incluso con poca luz, tenía una boca grande y los ojos demasiado separados entre ellos, tenía mal aspecto en cualquier situación. Pero en esta aún daba más pavor.

-Si tiembla como un conejito…tal vez es porque es una coneja. -dijo el tipo, relamiéndose y acercándose, sobrepasando a Mark.- Y como tal me la voy a follar, ¿verdad guapita?- su manaza sustituyó a la de Alan bajo mi barbilla, obligándome a levantar la cara para mirarle.

-Que te den.- ya había superado mi shock inicial, apreté los dientes y elevé un pie para pisar el suyo con todas mis fuerzas y antes de que pudiera apartarse, con la misma pierna le mandé un rodillazo directo a sus testículos y entonces tiré de mis ataduras, creí haber adivinado qué tipo de nudo había usado Alan y había calculado cómo desatarme con un solo movimiento.

Me equivoqué.

El gigante horrible cayó desmontado cual largo era, doblado del dolor pero mis ataduras siguieron firmes y Alan estuvo rápido para asestarme un violento bofetón que me partió el labio.

-Zorra. Ahora verás.- se quitó el cinturón y me lo puso alrededor de la cabeza, tapando mi boca con el cuero y fijándola a una cañería que pasaba por detrás de mi nuca, protesté, me retorcí, traté de patearle, las lágrimas afloraron en mis ojos, pero se pegó tanto a mi cuerpo que no podía hacer verdadera fuerza con mis piernas y terminó por amordazarme de manera efectiva.- Ahora estás más guapa. Vamos a ver ¿por dónde íbamos?- dijo tomando él el turno de Kurt que aún gemía de dolor, Alan volvió a poner sus manos sobre mis pechos y pellizcó mis pezones con una brutalidad como la que nunca había utilizado, yo grité pero el cuero firme ahogó mi aullido y no sirvió de nada.

-Oye Alan me toca a mí, hace seis meses que no la meto en caliente, joder, me lo prometiste.- se quejó Mark pasando por encima de Kurt y tratando de empujar a Alan, con nulo resultado dado que el agresor era un tipo bastante enclenque en comparación con los otros dos.

-Puedes cascártela mientras nos miras, luego ya te tocará a ti, tenemos tiempo de sobras.- espeta el que era mi amante apartando al delgado a un lado con una mano.

Entonces Kurt se empezó a levantar tras Alan y gruñó con una gran rabia.

-A esta zorra la voy a matar a golpes y os podréis follar su cadáver si queréis.- aseguró empezando a recortar la corta distancia que le separaba de nosotros.

-Un moment…- empezó a protestar Alan poniendo su mano entre ambos pero las acciones y las palabras de todos se cortaron en el acto cuando un tremendo ruido metálico seguido de un zarandeo descomunal agitó el navío de tal manera que todos menos yo cayeron al suelo por el temblor. Inequívocamente, la nave había chocado contra algo.

En ese instante sonó la alarma de cubierta que llamaba a la reunión de la tripulación en cubierta, las luces de la sala de calderas titilaron y se encendieron de nuevo, pero luego se apagaron y quedaron sumidos en la absoluta oscuridad unos instantes. Se volvieron a encender.

-Vámonos de aquí, el generador principal se ha apagado y se ha accionado el segundo generador de emergencia, seguramente hay agua en el casco.- informa Alan, preocupado.

Mark y Kurt le miraron por ver si iba en serio pero su cara de circunstancias dejaba claro que sí. Sin pensarlo salieron corriendo pasillo adelante y Alan se quedó atrás un instante, detenido por mi gemido de protesta y terror.

-Lo siento preciosa, íbamos a pasarlo bien. Si el barco no se hunde volveré a por ti…- le guiña un ojo y mira al suelo. Ya había agua rozando nuestros pies.- O tal vez no. Adiós.

Vino hacia a mí, se inclinó para besar mi frente como una última broma macabra y se fue corriendo sujetándose los pantalones con una mano.

La luz volvió a titilar y yo no paré de gemir y gritar tanto como podía, pateé los tubos de acero con todas mis fuerzas hasta que me hice daño en los pies y tuve que parar, centrándome en intentar deshacer mi atadura, pero estaba claro que Alan sabía lo que había hecho, sabía lo que iba a pasar, y no iba a arriesgarse a que me soltara mientras me violaban entre los tres.

No me rendí, el agua ya me llegaba por las rodillas, la alarma seguía sonando. Estaba segura de que estaban evacuando el barco pero con el caos nadie se daría cuenta de mi ausencia. Éramos más de seis mil tripulantes en aquel buque, era imposible que pasaran lista de todos.

Con ese conocimiento, con esa seguridad de que estaba sola, volví a golpear las cañerías, el sonido era atronador pero pronto quedó amortiguado por el agua que me llegaba a la cintura, y aunque golpeara con el resto de mi cuerpo, apenas ya se oía y no me quedaban fuerzas. Ni para gritar. Con lo rápido que subía el agua calculé que la brecha sería de al menos dos o tres metros, y estaría situada en la popa del barco, cerca de donde estaba ella.

Mientras hacía esos cálculos mentales empecé a notar como la embarcación escoraba en antinatural ángulo, hacia abajo, empezaba a hundirse por la popa, tal y como había pronosticado, por lo que el agua que me cubría cambió su posición quedando en oblicuo a mi cuerpo, más cerca de la cara. Me ahogaría mucho antes y ahora ya estaba segura de que no quedaba nadie a bordo…nadie que fuera a ser rescatado al menos.

Me volví a abandonar a la desesperación, ahora ya por última vez, iba a morir en el anonimato más absoluto, de una manera horrible, sería víctima de un terrible accidente, eso le dirían a todos, a sus padres y a sus amigos. Dirán que me quedé dormida en el camarote o que como era una débil y pusilánime mujer tuve un ataque de histeria y no subí a los botes salvavidas. Dirán todo…menos la verdad.

El agua ya cubría mi boca. Era el final, las lágrimas se mezclaron con el agua del mar…ni siquiera traté de coger aire cuando mi rostro quedó cubierto. Simplemente me abandoné, deseando perder el conocimiento lo más rápido posible.

Los segundos se hicieron minutos y los minutos horas, los espasmos tardaron en llegar, mi cuerpo trataba instintivamente de sobrevivir, pero la atadura no había cedido ni un milímetro, y aunque lo hubiera hecho ya era tarde, el compartimento en el que estaba y todos los cercanos estaban ya llenos de agua.

Mis ojos empezaron a cerrarse plácidamente, unas pequeñas burbujas salieron de mi boca amordazada, cayendo en un estado de desmayo leve que haría más llevadera la muerte.

Pero algo me despertó de golpe y no era la adrenalina. Algo manipulaba mis ataduras. Unas manos. Abrí los ojos pero las luces se habían fundido y no veía nada. Y sin embargo notaba masas de movimiento a mi lado. Y… ¿manos? Si…manos, dos pares al menos, unas desataban el cable que me mantenía retenida y las otras quitaban el cinturón de mi boca.

Un beso. Lleno de aire que me hizo despejar la consciencia lo justo para ser vagamente consciente de que alguien me cogía por la cintura y las manos y me arrastraban por el agua, nadando por mí. Eran dos personas. Al menos se sentían como tales, pero nadaban extremadamente rápido, yo no podía ver nada, a pesar de tener los ojos abiertos, pero solo había oscuridad a mi alrededor. Sentí que me perdía de nuevo en la inconsciencia, pero de nuevo fui alcanzada por unos labios que rodearon mi boca y yo me aferre a aquel cuerpo para no sucumbir, era una piel fría, pero piel al fin y al cabo. Aquel segundo beso me insufló un poco más de aire y mi brazo libre rodeó el cuerpo con las pocas fuerzas que me quedaban mientras la otra cosa me llevaba de la otra mano hacia ¿arriba? Eso esperaba.

Vi luz. Lejos, muy lejos aún, arriba, como si fuera un amanecer. El instinto de supervivencia volvió, me arrolló, me impulsó, empecé a mover las piernas, intenté soltarme de aquellas personas que me llevaban, tenía que ir más rápido, iba desmayarme. Pero ellas no me soltaron. Y digo ellas porque ahora que se filtraba la luz del exterior pude reconocer siluetas femeninas, con cabellos largos, pechos redondeados…y unas piernas unidas entre sí recubiertas de un tejido escamoso. Mi cerebro no podía procesarlo, no importaba. Tenía que nadar más fuerte más rápido. Pero ellas me sujetaron, tenían mucha fuerza… ¿qué pretendían? ¿Iban a matarme? Grité y con ello el poco aire que me quedaba tras el segundo beso se escapó de mis pulmones, sentía que éstos iban a estallarme. Y todo se volvió negro de nuevo.

Desperté con violencia, escupiendo agua antes incluso de abrir los ojos, tosiendo como un moribundo, expulsé tanta agua que podría llenar un balde pequeño. Debajo de mi notaba el tacto de la arena caliente y encima el brillo del sol parcialmente sobre mi piel y mis ropas empapadas. Empecé a recuperar mis sentidos, mis oídos captaron el romper del mar contra la costa y las gaviotas graznando sobre mí. Mi nariz empezó a respirar de manera normal, el aroma de la playa inundó mis fosas que tímidamente tomaban aire. Y por último abrí los ojos y entonces debí cerrarlos, la luz excesiva me hacía dañó y elevé una de mis manos sobre mi pero encontré un obstáculo. Piel, fría, suave, torneada…me di cuenta que era un rostro, una barbilla.

-Despacio…-susurró una voz tras de mí, la voz más hermosa y melódica que jamás podría escuchar, dulce, entonada, cálida y agradable. Una voz en la que podría quedarme a vivir. Tosí un poco más y saqué aún más agua de mi interior. Elevé mi otra mano hacia arriba tocando la arena con mis dedos y abrí despacio los ojos, notando que alguien me hacía sombra sobre ellos.

Un rostro precioso, enmarcado en cabellos pelirrojos me estaba esperando, sus labios brillaban y sus ojos eran de luz. Imposible recordar el color, sólo sé que no eran de este mundo. Era su barbilla la que mi mano había encontrado y ahora no podía evitar acariciarla con devoción. Elevé aún más mis ojos y vi otra figura tan hermosa como la primera, de cabellos y piel más oscura que la primera, algo me dijo que ella era la propietaria de la voz que me habló antes.

La pelirroja sonrió al verme abrir los ojos con sincera felicidad, estaba sobre mí y ahora fui consciente de su peso.

-¿Nos la podemos quedar?- preguntó ésta, con un tono infantil, agudo, aniñado y muy hermoso también, diferente al de la otra.

-…por favor…- supliqué yo, no sé por qué, tenía los labios secos y eran las primeras palabras que lograba articular. Necesitaba beber agua o respuestas o que aquellas desconocidas no me dejaran sola. Todo. ¿Qué eran? ¿Ellas me habían salvado? ¿Cómo? Me sentí a punto de desmayarme de nuevo pero logré mantenerme despierta.

La otra, la más morena se rio divertida, quien sabe si por mi súplica o por la idea de la otra, la cual yo no acababa de entender muy bien, pero si implicaba quedarme cerca de aquellas voces, me valía.

-Tal vez…si ella viene a nosotras…- propone con un tono sugerente, misterioso, dulce y delicioso como una cucharada de miel.

-Oh, seguro que vendrá… ¿verdad que sí? -responde la más joven por mí, sin quitarme la vista de encima. Yo no podía quitar la vista de ella, estaba embelesada, mis dedos dibujaban débiles círculos en su piel.

-…por…favor…- volví a decir, a trompicones, como si mi boca no me perteneciera, expresando un deseo que no venía de mi mente.

-Los humanos son tan adorables…- oigo que la otra dice- Crystal, vámonos.

-Pero…

-Estará bien. Vienen los suyos.- reconviene la morena ante el conato de protesta de la pelirroja.

-…por fav…-la tal Crystal me pone un dedo en los labios, acallando mi voz y pone un beso en ellos al retirar su mano.

Sin saber cómo, tan solo con un movimiento deslizante, noté como se despegaba de mi cuerpo, como si una ola se la hubiera llevado. Me levanté todo lo rápido que pude, tanto que un fuerte mareo acudió a mi cabeza y noté que me iba a desmayar de nuevo…pero me dio tiempo a ver como una cola brillante, toda ella recubierta de escamas y con dos amplias aletas a ambos lados, se sacudía en el aire antes de hundirse en el agua tras la siguiente ola.

Lo último que oí, ya casi desvanecida, fueron voces y pasos que corrían en mi dirección, personas con tonos graves y agudos, discordantes e imperfectos, hablando en un idioma que no entendí. Pero ya no podía hacer ni decir nada. Me perdí en un sueño de aguas negras y criaturas mitológicas que acudían en mi rescate.


Relato creado a partir de la imagen de Jennifer Prince cuyo trabajo os animo a conocer en este enlace https://jeniferprince.art/

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